Star, 9 mm

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Imagen de Ichuruduka

La primavera se había anticipado unos días, poniendo así un broche cálido a un largo y gélido invierno, tan inusual aquí en el sur. Brotaban las primeras flores en naranjos y limoneros, perfumando todo el recorrido del solitario bulevar que se extendía detrás de mi casa. Aquella tarde, la brisa marina había traído el dulce aroma de azahar hasta el mismo rellano de mi puerta como si hubiera querido resarcir nuestra pereza. No habíamos salido a pasear por la avenida como solíamos hacer cuando él venía a visitarme. Ludwig gozaba de unos días de permiso. Acababa de regresar de unas maniobras en el extranjero. Llevaba observándole todo el día. Estaba tan cariñoso y cortés como siempre, pero más silencioso de lo que era habitual en él. Achacaba su parquedad a alguna cavilación relacionada con la misión que venía de cumplir. No le pregunté nada, pues de sobra sabía que en asuntos de trabajo era mudo como una pared de hormigón armado. Su uniforme y su rango no le permitían tener el más mínimo desliz. Una veladura sombría en su mirada me tenía sumida en un confuso estado de inquietud. Le había sorprendido, en varios ocasiones, contemplándome de un modo desconocido.

El ocaso trazaba sus últimas pinceladas púrpuras sobre el horizonte. Lo recuerdo bien, pues Ludwig se levantó de pronto de la mesa, interrumpiendo nuestra plácida contemplación crepuscular al calor de una taza de té, cobijados bajo el porche del jardín, y desapareció por la puerta acristalada del salón. Supuse que iría al baño o a hacer alguna llamada en privado. Me sorprendió un poco que no me dijera nada, pero, ensimismada como estaba en ese efímero espectáculo de la caída del sol, obvié la descortesía. Al cabo de unos diez minutos o, tal vez algo más, me sobresaltó una alargada mancha oscura avanzando por el suelo de baldosas. Me giré. Era la sombra de Ludwig anticipándose a su regreso. Recortada a contraluz, con la iluminación del interior de la casa a su espalda, su esbelta figura era un cuerpo compacto, sin rasgos, un personaje venido de alguna antigua tragedia. Se había cambiado de ropa. Lucía camisa de manga larga de corte militar, pantalones ajustados de jinete y esas botas de montar de caña alta que tanto me turbaban. Rigurosamente de negro de los pies a la cabeza.

-Ven- me dijo y alargó su mano para que le siguiera.

De sobra conocía el significado de aquella vestimenta. Una vez más, nuestro perverso juego había comenzado. Y le seguí dócil hasta el dormitorio.

Sobre la cama, unas bragas y calcetines cortos, de algodón blanco. Eran para mí. Quise hacerme la remolona. Semejantes prendas infantiles se me antojaban ridículas a mi edad y, desde luego, esas bragas le sentaban fatal a mis abundantes caderas. Siempre uso lencería negra. Nunca blanca. Pero resistirse era inútil. El semblante, ahora, severo de Ludwig, no dejaba alternativas. De acuerdo, me dije, juguemos a la puñetera niñita y que sea lo que dios quiera. A él le gustaba perturbarme con regresiones al pasado.

No recuerdo haberme desnudado nunca más torpemente. Peor aún cuando me enfundé esas prendas bajo su minucioso escrutinio. Me sentía como una bacteria bajo el microscopio. Plantada en mitad de la habitación, hecha un pasmarote, con las jodidas bragas blancas cubriéndome el sexo y los absurdos calcetinitos adheridos a mis pies, no podía sentirme más idiota. Ansiaba cualquier acción. A él, sin embargo, le divertía dilatar mi fastidio. Diría más, le excitaba. Un tenue ensanchamiento de sus fosas nasales le delataban. Esta vez no fui capaz de sostenerle la mirada. Esa mirada turbia que me había inquietado toda la tarde. La espera empezaba a ser insoportable. No sabía con qué abstraerme: la geometría de un kilim en el suelo, los cuadros en la pared, los cojines sobre la colcha, una mota de polvo debajo de la cómoda... El silencio, afilado e hiriente, acentuaba mi vergüenza por momentos. Me tuvo así hasta llevarme a un paso de la huida. Y entonces, como si hubiese calculado con precisión los confines de mi resistencia, se levantó de la butaca desde donde había estado observándome, y avanzó hasta colocarse frente a mí.

-¡Arrodíllate!- susurró, sin apenas mover la boca.

Y lo hice, aliviada por el cambio de situación. El brillo plateado del metal de la cremallera de su bragueta abultada y la hebilla en su cintura, quebraban el panorama negro que tenía frente a mis ojos. ¿Qué oscuros pensamientos le provocaban tan intensa erección?, me preguntaba mientras especulaba con los míos propios. Deseaba su cinturón con contundencia sobre mis nalgas. Más fuerte que otras veces. Pero no se lo iba a pedir. Nunca le pedía nada. A veces, le esbozaba un tímido reproche durante alguna de nuestras largas conversaciones telefónicas. Siempre desde la distancia, a la cara no me atrevía. Retenía a su monstruo más de la cuenta, creía yo. Ese monstruo que, desde lo más hondo del ser, se alimenta -voraz- con nuestros secretos y deseos inconfesables. Yo quería conocerlo -maldita curiosidad- y él lo tenía bien amarrado. Por misericordia a mi condición femenina, le culpaba yo. Por amor, se justificaba él.

Al adelantar la mano que Ludwig tenía oculta detrás de la espalda, quedaron eclipsadas de sopetón las insignificantes piezas metálicas que venía contemplando frente a mí. El implacable cañón de una pistola me estaba apuntando directamente a la cara. El hijodeputa sostenía el acero con el dedo firme en el gatillo. Quise levantarme despavorida y su otra mano presionó mi hombro para impedírmelo. Tal vez fuera justo en ese momento -no consigo recordar las secuencias en su sucesión precisa- cuando le miré y vi el rictus cruel de su boca y la mirada más turbia que nunca. Inmisericorde, el monstruo también me contemplaba. Ahí estaba el invocado, para mi espanto.

-¡Abre la boca!-. Era el timbre de su voz y yo ni siquiera lo reconocía.

-¡NO!- exclamé desde la perturbación más profunda y con la desesperada incertidumbre de no saber si me hacía oír o gritaba para mis adentros, tal era mi confusión.

Por más que intentaba despertar, aquello no era una pesadilla. Aunque fuera mi primera vez delante de un arma, sabía a ciencia cierta que no era un juguete. La duda que inmediatamente me taladró el cerebro fue si llevaba alojada alguna bala. Su monstruo irradiaba tanta presencia que dificultaba el que pudiera aferrarme a la confianza de mi amoroso Ludwig. ¿Y si se había vuelto loco?, ¿y si ya lo estuviera y yo no me hubiera percatado? Es asombroso como una, en momentos de absoluto pánico, es capaz de emplear tiempo en reflexiones racionales mientras el reloj corre en tu contra. Me vinieron a la memoria algunas aseveraciones acerca de los psicópatas. Textos que, a saber dónde, había leído por ahí. Por lo visto, los psicópatas más criminales podían hacerse pasar por el vecino más ejemplar e inofensivo del mundo ¿Qué sabía yo de él? Sólo lo que me había contado él mismo. No tenía ninguna otra referencia. Ningún familiar, ningún amigo. Un año, por intenso que hubiera sido, no podía ser una fehaciente garantía. ¿Y mi instinto? La historia está plagada de estrepitosas derrotas a consecuencia de decisiones instintivas. A lo mejor, él es quien yo creía que era. A lo mejor, el miedo me llevaba a elucubraciones absurdas y no era ningún psicópata ni quería jugar a la ruleta rusa.

-¡Te he dicho que abras la boca!- insistió enérgico, sin atisbo de humanidad.

¿Era esto una prueba de amor? Jodida sed de aventura, que me llevaba a abrir cajas de Pandora repletas de monstruos. Como si no tuviera bastante con el mío. Sentía náuseas en un punto indefinido de mis entrañas. La saliva como hiel. Me repetía a mí misma: -levántate y huye-. Y yo quería levantarme, acabar con esa mierda de juego y, en lugar de eso, seguía hincada de rodillas, paralítica, amenazada con un arma letal a menos de un palmo de mi cara. Si apretaba el gatillo, adiós para siempre.

Maldita sea. Abrí la boca. Muerta de miedo, a punto de mearme de miedo, abrí la boca. Y sentí el acero frío en los dientes. Y apreté los labios temblorosos para abarcar el cañón. Y el horror en mis ojos no ablandó la mirada de Ludwig. El monstruo estaba traspasado de lujuria y crueldad a partes iguales. Lo leía en su rostro de animal. Y la bala seguía martilleando mi imaginación. -¡Pum!- Las páginas de sucesos están llenas de tragedias con balas perdidas. Niños muertos por jugar con la pistola del papá que olvidó una bala en la recámara. Incluso, aunque no fuera un psicópata, el arma podría estar cargada sin él recordarlo. Tic-Tac. Tic-Tac. Los segundos se congelaron alrededor del acero asesino. Los labios sollozando en infinito abrazo con el gélido cañón. Hielo que hace tiritar los dientes como fúnebres castañuelas. Y el pánico que te da ojos con rayos X de héroe de tebeo. Veía la bala en un hueco olvidado. O en el tambor con aspecto de ruleta loca. La boca amarga y sal y rimel resbalando mejillas abajo. Los relojes paralizados, igual que mis rodillas. La náusea extendiéndose. Y el monstruo impasible con la polla tiesa y el dedo en el gatillo. Un desliz y -¡pum!- un viaje sin retorno al Infierno. Sin beso de despedida. Los labios despedazados en el aire y un enorme agujero en lugar de una cara y los sesos esparcidos en la pared. Un mural de sesos, sangre y cuadros. Ni mi padre, en sus delirios expresionistas, hubiera imaginado una apoteosis roja tan alucinante. Su niña -la cabeza de su niña- desparramada sobre sus lienzos, más allá de sus trazos de pincel, derramándose allende los marcos. ¿Y que esperaba? Al fin y al cabo, soy sangre de su sangre. Tampoco él me ahorró el horror de ver su sangre fluyendo por debajo de la puerta cerrada de su habitación. Su cama embebida en sangre. Y los coágulos negros de su camisa a cuadros. [-No pude dejar tu camisa limpia, papá, ni siquiera destrozándome las manos bajo el chorro de agua. Podías haber elegido cicuta. Como Sócrates. Ya, es más puta la cicuta que la navaja, pero mucho más limpia. Llevo desde los 18 años lavándote la camisa de cuadros en mis pesadillas. Te mereces mis sesos manchándote tus óleos como un supremo acto de amor de una hija a su padre. Tus creaciones en perfecta simbiosis para siempre.-]

De la misma manera que me enfrenté al simulacro de muerte, por sorpresa, recuperé el presente. Sin previo aviso desapareció la pistola de mi boca. Y los relojes reemprendieron el compás propio de los segundos y los minutos. El monstruo guardó el arma en un cofre de madera que, sin yo saberlo, debía formar parte de su equipaje. Sólo entonces, durante la corta fracción de tiempo que se tarda en meter un objeto en una caja y cerrar la tapa, pude apreciar la verdadera dimensión del artefacto de acero negruzco. Y tanto me estremecí que las lágrimas se secaron al instante. Ni un sollozo más salió de entre mis dientes. Doblé el cuello sobre los hombros. A lo mejor me vi capaz de soportar cualquier atrocidad o, todo lo contrario, ni un sobresalto más. Frágil y perdida en sus manos. Una sensación que me daba aún más miedo que mil pistolas apuntándome a la cabeza. Y él lo sabía. Entumecidas las piernas, al levantarme sostenida por sus fuertes brazos, cada movimiento fue doloroso, pero no me quejé. Tampoco tuve un ínfimo gesto de resistencia cuando, con cuidado, me quitó las bragas y los calcetines de niña, devolviéndome la identidad. Se desnudó para estar en sintonía conmigo. Y me condujo a la cama.

Con la pistola, Ludwig escondió también al monstruo. Tal vez estuviera más sobrecogido que yo misma. Nunca lo sabré. Ninguno de los dos dijimos nada. Sólo nos asoló una intensa necesidad de poseernos, de abatirnos en un ritual de besos, caricias y fornicación. Sin rivalidad ni roles. Cobijados en el silencio de la noche, los aullidos de placer fueron nuestro único idioma.

Transcurrieron muchos días, y ya con los habituales 535 kilómetros mediando entre nosotros, hasta que reuní el valor para preguntarle de qué arma se trataba. Una Star, calibre 9 milímetros. Y no quise saber absolutamente nada más. Entre monstruos, sobran las palabras.

20 comentarios:

José Alfonso dijo...

Aqui habia algo


Ni una puta lagrima como texto sin puntos sin signos de puntuacion ni final
Todo negro muy negro Como te corresponde Y sorprendente Como te caracteriza


Aqui habia algo


Se lo llevo una bala disparada que falta

noesmivida@hotmail.com dijo...

-Su niña -la cabeza de su niña- desparramada sobre sus lienzos, más allá de sus trazos de pincel, derramándose allende los marcos.-

los grandes relatos siempre están escritos en el lenguaje de los sueños. Tremendas las simbologías.

Impactante. Bravo.

ps: Para qué las descripciones del ocaso o de la primavera? qué importan?

Max dijo...

Pétrida expresión e inquietante ausencia de sonrisa.
La música militar nunca me pudo levantar.

Siempre excelente.

Un caluroso ósculo.

Willow Sweet dijo...

Sobrecogedora historia.
Tan real como ficticia...
Recuerdos de cristal rotos en 3 líneas.
Me encantó.
Un beso.
XOXO

atikus dijo...

Sólo la imágen de la niña con la pistola en la boca me pone enfermo...yo saldría corriendo, prefiero que me disparen mientras corro ;)

saludos

Madame X dijo...

Jose Alfonso: veo que la bala te ha inspirado muy literariamente.

Noesmivida: tienes razón, el ocaso, la primavera, las florecillas... poco importan. Son florituras para arrancar la pluma y despistar un poco. Intentaré pulir más el texto la próxima vez. Se agradecen los apuntes y más viniendo de ti.

Max: siempre es un placer verte por aquí. Lo militar tampoco me levanta a mí, pero en la alcoba es impredecible lo que le puede levantar a una. Otro ósculo (que mal suena la palabreja) for you.

Xoxo: gracias por tu comentario y tu visita.

atikus: la imagen es impactante, sí. Esa era la intención. Si hubiera echado a correr, no tendría una historia que contar :-)

Gracias y un abrazo a todos.

Mery dijo...

Para empezar, perfecta tu elección de lámina, cosa que no me extraña nada viniendo de tí.
Todo el relato me ha dejado en tensión por el contenido y la forma. Magistral, por destacar algo, todo el párrafo que sigue a "Veía la bala en un hueco olvidado. O en el tambor con aspecto de ruleta loca..."

Creo que deberías dejarnos leer mas relatos tuyos, como éste, que debes tener guardados en la recámara -benévola ésta, de tu ordenador-.

Ya sé que lo de repetirse es un petardo, pero me repito: MAGISTRAL.

Un beso, sorprendido.

Justo dijo...

Precisamente hoy me han hablado de un padre que se suicidó frente a su hija, que yo conozco..

(Creo que con la edad hay varones que precisan ir siempre un punto más allá para conseguir la cada vez más escurridiza erección.. es un juego peligroso).

El relato me parece sugerente, con sus recovecos, sus momentos cumbre de tensión -las reflexiones y recuerdos con la pistola dentro-...

Pero es que ya el comienzo me parece notable, la descripción de él y sus atuendos, la manera en que dice ella que la mira, que ya da pie a la elucubración...

¡Enhorabuena!

Capri c'est fini dijo...

Entre monstruos sobran las palabras... me gusta esa frase. Y quizá mi comentario sobraría, aunque no me excita especialmente una mujer vestida de colegiada, pero me excitan las palabras y los hechos y las miradas que se conjuntan en el metal frío de un arma.

Un beso, guapa.

Fujur dijo...

Será porqué jamás fuiste buen legionario Max! ;-) Una mezcla más que curiosa de "negra", sado y erotismo. Me ha gustado (no recomendable para el sector: "queremos conseguir irnos secos a la cama") BESOS!

José Angel dijo...

Hola, quizás en la Editorial Verbigracia se interesen por tu obra, si es que tienes intención de publicarla. Creo que deberías intentarlo.
Un saludo,
José Angel.

Hernando dijo...

Estoy de acuerdo en que deberías buscar una editorial e intentar publicar tus cuentos, Madame. Éste, es inmejorable. De lo mejor que he leído nunca sobre el miedo. Una narración que atrapa al lector desde el primer instante y que le va angustiando, a la vez que le hace reflexionar sobre la fragilidad de la vida y su insignificancia. Todo a partir del objeto simbólico por excelencia de nuestra sociedad consumista. Y lo más terrible: todo en la punta de un dedo del que se duda. Para terminar, en una pirueta literariamente impecable e implacable, con un guiño feliz; donde “Thanatos” no era tal, sino “Eros” disfrazado.

Madame X dijo...

Mery: tus palabras me las tomo como fruto del cariño que nos tenemos. Gracias, morenaza.

Justo: terrible la experiencia también de tu conocida. {No siempre los juegos peligrosos son un afán de conseguir una erección, a veces es más un narcótico mental.) Has sido muy amable, gracias.

Capri: a ver si vas a resultar otro mosntruito :-)

Fujur: mejor no irse seco a la cama, ¿no te parece? ;-)

José Ángel: no me lo había planteado, pero te agradezco la recomendación. Muy amable.

Hernando: has dado en el clavo: Eros disfrazado de Thanatos. Ahí está la significación más profunda del relato.

Os abrazo a todos. Y gracias de nuevo por vuestra lectura y comentarios.

MBI dijo...

Una mujer en apuros visitarla.

http://soyunamujermuyfuerte.blogspot.com/

Javier dijo...

Petrificado y sin aliento es lo único que se me ocurre comentarte tras haber leído este tenso relato.

Abogada Soltera dijo...

Petrificada, impactada mortalmente... Me gustaría que pudieras verme ahora, aquí sentada a las 5:30 de la mañana con algunas lágrimas y los labios temblorosos. No sé si darte la enhoarbuena absoluta por el tempo y la inteligencia estética de tu narración o darte un enorme abrazo, de esos que se dan con todo el cuerpo.
El amor es todo un misterio, lo tengo claro.
Mil besos, linda!

liv dijo...

El proximo encuentro, será él quien se ponga las braguitas y los calcentines mientras colocas en su boca una Magnum 44...

"Entre mostruos sobran las palabras"


besos¡

Jorge Matías dijo...

Estupendo texto.
Por cierto, la fuente es Times.
Saludos.

Madame X dijo...

MBI: No he entendido muy bien lo de una mujer en apuros. En todo caso, ya he visitado tu blog con sumo placer.

Pe-jota: A ver si te voy a tener que servir un whisky para que te recuperes... jejeje.

Abogada: Me quedo con el abrazo. Y muchas gracias por tus palabras.

Liv: Eres una niña muy mala, pero has tenido una idea muy buena. ¿Una Magnum? Uhmmm.

Jorge: Gracias por tu comentario y por la molestia de buscarme la fuente.

Un abrazo a tutti.

Paulus Van Moratem dijo...

Pues que quieres que te diga jaja sobran las palabras con tu relato. Me ha gustado mucho. La verdad eso de la pistola me dio morbo. Un gusto pasar a leerte, espero poder entrar más a menudo por aquí. Me gusta como escribes, tienes buena pluma.