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Pintura de Patricia Watwood |
Lunes. A diferencia de la mayoría de los mortales, ha sido mi día libre. Mi día para zanganear. El domingo, que también libro, en cambio, suele ser una jornada más doméstica y esclava. Es cuando me da por quitar el polvo a fondo y menesteres así de ingratos. Pero retomemos el lunes, que es mucho más interesante. Desde mi punto de vista, claro.
Hoy me he dejado seducir por una propuesta que aún no sé si es indecente o qué. Me han sugerido que leyera determinado libro, decoroso éste -creo-, en posición reclinada y desnuda. La sugerencia proviene de un caballero misterioso. [Sí, sí, misterioso, por que ni lo conozco ni apenas sé nada de él… Extravagancias que tiene la red.] La idea me ha planteado dos problemas para llevarla a la práctica. La primera y la más importante, que no poseo el libro en cuestión ni tenía la posibilidad de adquirirlo de inmediato. Por desgracia, donde vivo, las librerías brillan por su ausencia. Conseguirlo online me llevaría días. El segundo inconveniente era el frío. Mi casa es como una nevera (como todas las casas del sur), ideal para el verano, pero desoladora con estas temperaturas invernales que han regresado. Si a eso añadimos que soy terriblemente friolera, la perspectiva de la desnudez me acobardaba un poco, la verdad. Con estas premisas, lo razonable hubiera sido posponer la propuesta… pero me apetecía tanto representar esa estampa. Soy muy caprichosa y se me había antojado que tenía que ser hoy, al menos como ensayo previo para cuando me haga con la lectura recomendada.
El lugar de la escena: mi dormitorio. Es la estancia más íntima y es exclusivamente mía. No sólo es un lugar de reposo, sino que incluye otro espacio con un antiguo escritorio y una librería. Es el lugar desde donde estoy escribiendo. Tuve que preparar el ambiente calentándolo por anticipado con una estufa. Y después de comer, me he retirado a mis aposentos con una tetera humeante de té verde. Había dejado de llover y el sol irradiaba, entre espesas nubes, sus rayos a través de mi ventana iluminando mi habitación con haces de luz en abanico. Una iluminación del todo teatral. Mística, quería creer yo. No me costó nada elegir el fondo musical: Mozart. Sinfonías 40 y 41. Al menos él no me iba a sobresaltar en mitad de la lectura como haría un Beethoven, por ejemplo. Para leer necesito un clima musical lo más sosegado posible. Nada de canciones. Las letras me distraerían. ¿Y la lectura? Arrastraba el dedo por la hilera de libros estante tras estante hasta que me tropecé con uno en cuyo lomo se podía leer “Las mujeres, que leen, son peligrosas”. ¡Eureka! Se trata de un delicioso libro de Stefan Bollmann que me regaló hace unos años mi buena amiga Mery. No podía ser más apropiado para esta ocasión. En el libro el autor recoge la historia de la lectura femenina a través del arte. Pinturas y fotografías que representan mujeres leyendo desde la Edad Media hasta nuestros días.
Dejar resbalar la túnica hasta mis pies fue un secreto placer. Como no suelo llevar nada debajo de las túnicas que visto habitualmente en casa, la maniobra del strip tese fue sencillísima. Y así, como mi madre me había traído al mundo, me dejé caer sobre los almohadones de la cama y comencé a releer el libro y a deleitarme con las ilustraciones y los comentarios del autor como lo hice la primera vez. Las láminas con las obras de arte son deliciosas: Michelangelo, Rembrandt, Vermeer, Manet, Matisse, Hopper y tantos otros… Los textos son de lo más interesantes. Nos ilustran con sensibilidad a cerca de la relación que las mujeres de cada época mantuvieron con los libros. Recordemos que no siempre las mujeres fueron libres de leer lo que quisieran. De hecho, en algunas culturas aún no lo son. El acceso a la lectura supuso para la mujer el acceso al pensamiento, la imaginación y el saber… Vislumbraron con ello un infinito espacio más allá del mundo doméstico al que estaban sometidas y, como consecuencia, se cuestionaron su sumisión y con ello podrían pretender subvertir el orden establecido. Por tanto, las mujeres que leían eran peligrosas. Y es justo como yo me quería sentir: peligrosa. Peligrosa, libre y desnuda.
Por un momento, interrumpí la lectura para contemplarme. Y no pude menos que sonreír. Y entonces fue cuando me plantee qué tipo de proposición me habían hecho. ¿Acaso no era de lo más indecente? Juzguen ustedes.
Hoy me he dejado seducir por una propuesta que aún no sé si es indecente o qué. Me han sugerido que leyera determinado libro, decoroso éste -creo-, en posición reclinada y desnuda. La sugerencia proviene de un caballero misterioso. [Sí, sí, misterioso, por que ni lo conozco ni apenas sé nada de él… Extravagancias que tiene la red.] La idea me ha planteado dos problemas para llevarla a la práctica. La primera y la más importante, que no poseo el libro en cuestión ni tenía la posibilidad de adquirirlo de inmediato. Por desgracia, donde vivo, las librerías brillan por su ausencia. Conseguirlo online me llevaría días. El segundo inconveniente era el frío. Mi casa es como una nevera (como todas las casas del sur), ideal para el verano, pero desoladora con estas temperaturas invernales que han regresado. Si a eso añadimos que soy terriblemente friolera, la perspectiva de la desnudez me acobardaba un poco, la verdad. Con estas premisas, lo razonable hubiera sido posponer la propuesta… pero me apetecía tanto representar esa estampa. Soy muy caprichosa y se me había antojado que tenía que ser hoy, al menos como ensayo previo para cuando me haga con la lectura recomendada.
El lugar de la escena: mi dormitorio. Es la estancia más íntima y es exclusivamente mía. No sólo es un lugar de reposo, sino que incluye otro espacio con un antiguo escritorio y una librería. Es el lugar desde donde estoy escribiendo. Tuve que preparar el ambiente calentándolo por anticipado con una estufa. Y después de comer, me he retirado a mis aposentos con una tetera humeante de té verde. Había dejado de llover y el sol irradiaba, entre espesas nubes, sus rayos a través de mi ventana iluminando mi habitación con haces de luz en abanico. Una iluminación del todo teatral. Mística, quería creer yo. No me costó nada elegir el fondo musical: Mozart. Sinfonías 40 y 41. Al menos él no me iba a sobresaltar en mitad de la lectura como haría un Beethoven, por ejemplo. Para leer necesito un clima musical lo más sosegado posible. Nada de canciones. Las letras me distraerían. ¿Y la lectura? Arrastraba el dedo por la hilera de libros estante tras estante hasta que me tropecé con uno en cuyo lomo se podía leer “Las mujeres, que leen, son peligrosas”. ¡Eureka! Se trata de un delicioso libro de Stefan Bollmann que me regaló hace unos años mi buena amiga Mery. No podía ser más apropiado para esta ocasión. En el libro el autor recoge la historia de la lectura femenina a través del arte. Pinturas y fotografías que representan mujeres leyendo desde la Edad Media hasta nuestros días.
Dejar resbalar la túnica hasta mis pies fue un secreto placer. Como no suelo llevar nada debajo de las túnicas que visto habitualmente en casa, la maniobra del strip tese fue sencillísima. Y así, como mi madre me había traído al mundo, me dejé caer sobre los almohadones de la cama y comencé a releer el libro y a deleitarme con las ilustraciones y los comentarios del autor como lo hice la primera vez. Las láminas con las obras de arte son deliciosas: Michelangelo, Rembrandt, Vermeer, Manet, Matisse, Hopper y tantos otros… Los textos son de lo más interesantes. Nos ilustran con sensibilidad a cerca de la relación que las mujeres de cada época mantuvieron con los libros. Recordemos que no siempre las mujeres fueron libres de leer lo que quisieran. De hecho, en algunas culturas aún no lo son. El acceso a la lectura supuso para la mujer el acceso al pensamiento, la imaginación y el saber… Vislumbraron con ello un infinito espacio más allá del mundo doméstico al que estaban sometidas y, como consecuencia, se cuestionaron su sumisión y con ello podrían pretender subvertir el orden establecido. Por tanto, las mujeres que leían eran peligrosas. Y es justo como yo me quería sentir: peligrosa. Peligrosa, libre y desnuda.
Por un momento, interrumpí la lectura para contemplarme. Y no pude menos que sonreír. Y entonces fue cuando me plantee qué tipo de proposición me habían hecho. ¿Acaso no era de lo más indecente? Juzguen ustedes.
20 comentarios:
Nos falta saber ese determinado libro sugerido por al caballero misterioso para intentar adivinar el nivel de decencia de su proposición.
Me ha llamado la atención la imagen de esa estufa calentando la estancia y la de la túnica resbalando hasta sus pies ... el contraste sensual es, al menos para mí, fuerte :-)
Me parece de lo más decente, amiga madame X. Provocativo, sí; provocador, también; interesante, intenso... Pero ni la lectura femenina ni su desnudez pueden ser jamás indecentes.
Un beso, amiga.
Menos mal que era leer un libro y no salir a correr.
Pues yo considero que era una propuesta de lo más decente, ya que a veces hay que estimularnos y provocarnos pera dejar fluir aquello que somos, o más bien como somos y encontrarnos con el yo que se encuentra agazapado en nuestro interior y que por la educación recibida no dejamos emerger.
"Peligrosa, libre y desnuda".
Qué hermosura!!
Depende del concepto que se tenga de "decente e indecente". Pinta más bien poético, al menos en tu relato (a mi me ha encantado "el sol irradiaba, entre espesas nubes, sus rayos a través de mi ventana iluminando mi habitación con haces de luz en abanico" y por supuesto "Dejar resbalar la túnica hasta mis pies fue un secreto placer". ¿Seré yo el indecente? Juzga tu misma.
Besos.
Leer en los tiempos que corren es una indecencia en sí misma, querida.
;-)
Desnudarse, en todos los sentidos, es lo más decente que podemos hacer en este mundo indecente y hostil.
Besos multicolores de nuestra parte.
Mi querida Madame: esta entrada tan personal no me la esperaba yo y es una autética delicia.
Me alegra el libro elegido para la ocasión, porque debías estar tan peligrosa como el mismo título.
¿Nos vas a contar cuál te había propuesto ese hombre misterioso?
Te pasa cada cosa que deberías escribir mas sobre ello. Por cierto, la imagen del té verde humeando en la estancia rasgada por el sol se me antoja ya el súmum de la elegancia. Muy inglesa te veo.
Lo dicho, encantadora entrada. Queremos mas.
Un beso
Es un placer volver a tu casa y encontrarme tan irresistible imagen.
Más que indecente o indecorosa, la proposición se me antoja impagable.
Exquisita, as always.
Besos
¿ Y es tu primera vez ?. Leyendo desnuda en tu habitación, me parece que olvidas que la indecencia no está en la desnudez o en la lectura, sino en tu cabecita que es la que hace lasciva la proposición. Besete
Estar desnudo es uno de los placeres más sanos que existen, lo que pasa es que nuestra sociedad crea unos tabús muy raros y nos acompleja por todo. Una vez leí un artículo de Elvira Lindo que hablaba de que salía por las noches de insomnio a pasear desnuda por el salón de su casa y me pareció entrañable. Cuando hagas nudismo en una playita, ya verás cómo ves la vida de otra manera... Amar y aceptar tu propio cuerpo es el principio de la felicidad.
Damas y caballeros, os he leído atentamente y he sonreído un poco maliciosa- y tiernamente con algunas de vuestras respuestas. Respuestas alentadoras y entusiastas en la defensa de la desnudez y su decencia, algo con lo que estoy totalmente de acuerdo. De hecho, querido Deme, llevo tiempo practicando nudismo en las playitas :-)
Espero que me disculpéis si os digo que había una cierta perversión en la presentación de la trama. He jugado con la palabra “indecencia”. Por una parte, la “indecencia” no estaba en el desnudo ni en la lectura, sino en la sensación que la combinación de ambas operaba en mi mente prestándome al sutil juego de un desconocido, algo, que estoy segura, ese misterioso caballero quiso provocar muy a propósito. Por otra, la “indecencia” era también una ironía, por que es así como se ha considerado durante siglos a las mujeres que intentaban ejercer el libre uso de su cuerpo (representado por el desnudo) y del conocimiento (simbolizado por el libro). Y, por último, la “indecencia” era una reivindicación. Mi acto pretendía ser un modesto performance.
Me ha encantado vuestra participación, gracias.
¿existe indecencia en la lectura?
un beso, Madame...
Toda esa maliciosa puesta en escena me resulta deliciosa.. me he turbado un poco yo también.. porque pienso que todo es real, que lo estás haciendo si no lo has hecho ya.. y me seduce esa idea.
Lo indecente es obedecer. El caballero misterioso lo sabe y Vd. también Madame.
jajajaja Madame, opino como la mayoría de los chicos, nada de indecente yo diría que es de lo más sugerente pero...recuerdo que libro leiste y ¿dijiste cual fue el recomendado en la proposición? Un beso
A mí me ha resultado la proposición más elegante e interesante en mucho tiempo: el exponerte a ti misma.
Delicioso!
definitivamente despues de leer esto mis dedos sienten al obligacion de agregar este blog a mi blogroll!!
encantador juego de palabras...
sutil juego de imagenes mentales provocadas por ese juego de palabras...
saludos
Madame, y la foto, cuándo te la has hecho sacar ? .... estás guapa ... mmm ... jajaja. Oyes, el de la flauta ... qué tal ??? ...
Voy a probar a ver qué me pasa a mi haciendo algo parecido ...
Ak.
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