El amante lesbiano [José Luis Sampedro]

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Fotografía Eikoh Hosoe


[Fragmento]

De pronto me sobresalta una explosión de sonidos. Reconozco en los primeros compases la 'Danza húngara número 1' de Brahms, que en el Madrid de los años cuarenta solía ofrecer como propina la Orquesta de Cámara de Hans von Benda. Pero no suena una transcripción orquestal, sino un piano, y muy próximo. Me vuelvo y grito:

—¡Papá!


Casi no le doy tiempo a dejar de tocar su piano y girarse en el taburete. El abrazo es apretado, largo: mi emoción sin palabras empaña mis ojos.—Vamos, vamos –me calma él–. No pensarías que no íbamos a vernos.No ha cambiado. Su pelo gris, hacia atrás, sus dulces ojos castaños, labios finos, manos delicadas, gesto mesurado...

—Claro que lo esperaba, pero no estaba seguro.

—Es lo más natural, hijo. Ya has visto a mamá, a Juan, a Luisa... Todos te queremos.

—¿Y sabes a quién acabo de encontrar también? ¡A la señora Khadir, a Farida!—¿Farida?—Madame Djalil, la del profesor argelino amigo tuyo que nos visitó en Madrid. ¿No recuerdas?

—¡Ya lo creo! Admirable mujer. ¡Qué bien me hablaba de ella su marido en Toledo!

—No sabes la alegría que me dio encontrarla gracias a estas postales... Ahora estaba yo mirando unas de la Melilla de tu época. Mira, seguro que te hacen recordar.
—Aquí se recuerda todo, hasta lo que no recordábamos. En esa casa, frente a la Comandancia General, viví yo antes de casarme con tu madre.

—Una vez, en Ras–Marif, tita Luisa me dijo que tú te habías fijado en ella antes que en mamá.

—¿Te dijo eso? –Su mirar se dulcifica por un momento-. Es verdad. Las dos eran muy guapas pero tu madre me intimidaba. Luisa era más de mi estilo y yo me inclinaba a ella. Las seguía por el parque, las "encerraba" hasta su casa, como se decía entonces. Pero tu madre decidió conquistarme y lo logró sin dificultad; ni Luisa ni yo podíamos contrariarla. No podía perder tiempo, ya no eran unas niñas en una época en que a los veinticinco la mujer empezaba a resultar solterona. No es que yo fuera mucho más que un arabista traductor de la Comandancia, pero mi puesto civil tenía el pomposo nombre de "Consejero" y además yo trabajaba en la privilegiada esfera del alto mando, donde otros asesores lograron llenarse el bolsillo con sus influencias. Así es que tu madre me eligió y yo me casé con la esperanza de que si teníamos un hijo heredase el carácter fuerte de ella en vez del mío. La pobre Luisa siguió cuidando a su madre en Ras–Marif y perdió su juventud en aquel agujero de tu paraíso. Sólo recobraba el gusto de vivir cuando la invitábamos unas semanas a nuestra casa, pero tu madre no las prodigaba. Pensaba, y con razón, que mi placer por acompañar al piano a tu tía no era solamente estético. Aunque Luisa encantaba oyéndola, sobre todo los tangos, sus piezas favoritas.

Papá se vuelve al teclado y, soñadoramente, toca unos compases del tango 'Caminito'. Sí, daba gusto oírselo cantar a ella.

—¿Estabas enamorado de la tita? –pregunto, sorprendido por la naturalidad con que formulo aquí tales preguntas.


—Todo lo enamorado que yo podía estar de una mujer. Pero como teníamos el mismo carácter no era una relación ardorosa sino sólo una fraternidad erótica. Con ella yo no llegaba a más, no era capaz. En cambio tu madre lograba excitarme en la cama hasta poder satisfacerla plenamente. Su disciplina, el someterme como mero instrumento de su deseo, me engallaba y me hacía más macho que si yo llevara la iniciativa. Siempre me montaba ella, era mi jinete; su dominación me hacía activo...


Me mira e interpreta mi expresión:

—Te choca que hable así a mi hijo, pero ¿acaso no nacemos todos de los abrazos de nuestros padres?... Ya irás comprobando que aquí las hipocresías y los tapujos se desmoronan ante la fuerza de los hechos. Y los hechos son mucho más variados y complejos que los dos comportamientos sexuales únicos permitidos por la cultura oficial: el macho y la hembra, cada uno de ellos heterosexual cien por cien sin resquicios, encarnando respectivamente el poder y la sumisión. Pero por mucho que todas las demás variantes sean declaradas perversiones, la vida en la naturaleza sigue produciendo los casos y matices más diversos... Supongo que no necesito demostrártelo, a poco que recuerdes tu propio matrimonio. Ya sé además que no te dolió gran cosa el desenlace.

—Así es; fue un alivio.

—El de salir de la farsa e instalarse en la verdad.

—Únicamente me dolió el desprecio de la gente...

—¡El desprecio!... –Rechaza mi padre con la voz más desdeñosa imaginable. El desprecio lo temen los poderosos porque les debilita; ellos prefieren ser odiados porque eso es reconocer su fuerza. Los débiles nos confirmamos en ese desprecio ajeno porque es nuestra identidad. "El que se humilla será ensalzado", lo dicen hasta los que necesitan dios, y es que al instalado en la sumisión no se le puede rebajar más.

—No comprendo –me atrevo a interrumpirle.

Me contempla benévolo:

—Me extraña, con la vida que has llevado. Cuando el sumiso se encara con el fuerte, retándole a que le degrade y el fuerte reacciona maltratando y humillando, hace precisamente lo que desea el sumiso. Es decir le obedece, se convierte en su instrumento, aunque crea estar dominando... Mientras no te desprecies a ti mismo ríete del desprecio ajeno y vive según tu propia verdad.

Papá vibra de tensión vital, de superioridad irrefutable.
—¿Sabes cómo me nació mi vocación de arabista, que acabó por ser, más que ciencia, conocimiento orientador de mi verdadero destino? Mi padre me regaló como premio un ejemplar de 'Las mil y una noches' que inmediatamente, aun siendo una selección para niños, me hechizó con la figura de Scherezada. Me fascinó aquella débil mujer, indefensa en el palacio, juguete para su amo el Gran Señor, entrando cada noche en la cámara erótica bajo la amenaza de ser decapitada. Cada ocaso comparecía ante las puertas de la muerte y cada aurora se sentía resucitar al salir viva del recinto. Para el sultán ella era un simple objeto rutinario de placer carnal; para ella cada orgasmo podía ser el último y por eso ¡con qué intensidad lo gozaría!... Por supuesto yo no pensaba así a los doce años y mi visión de la princesa era sólo una prematura intuición, inspirada ya por mi naturaleza íntima, pero sí llegué a esa comprensión cuando, licenciado en semíticas, conocí la versión auténtica, total e inexpurgada. Entonces, ya adulto, fui consciente de que yo no estaba hechizado por la princesa como lo están los admiradores de estrellas de cine. Mi identificación era total, era querer ser como ella, vivir su mismo destino. ¡Ah! Recuerdo muy bien la noche en que lo descubrí de repente y me dije, primero en mi pensamiento, luego en alta voz, acostado en la cama de la pensión de estudiante donde vivía: "Quiero ser odalisca." "Quiero ser esclava"... Mi cuerpo ardía estremecido y, tendido boca arriba, crucé las muñecas bajo mi espalda como si me hubiesen maniatado. Me sentía desnuda y ofrecida, sí, en femenino, bajo las miradas de compradores barbudos; me sabía a punto de ser escudriñada, palpada, examinados mis dientes, vuelta boca abajo para apreciar mi culo... Viví un trance tan violento interiormente como el de un místico alzándose a lo divino; después de todo son los mismos mecanismos psicológicos. Mi viva fantasía duró un gran rato y me dormí exhausta... Desde ese momento me obsesionó la idea, pero su consecuencia no fue el proyecto de operarme como transexual, pues nadie pensaba entonces en esa posibilidad. Ni siquiera incurrí en travestismo: mi ansia no se conformaba con simulacros. Era algo más auténtico y profundo: quería ser poseída siendo quien yo era, dar placer con mi propio ser, vivir la experiencia real de ser gozada carnalmente y, desde esa transgresión, arrojar mi desprecio sobre quienes careciesen del valor para atreverse, aun necesitándolo interiormente como yo: ostentando mi orgullo en el abismo frente al otro orgullo de los escaladores de premios y medallas... En el exterior yo era arabista, funcionario y consejero según las normas; por dentro vivía en la espera de mi Señor. Me preparaba para entregarme a él, para consagrar mi cuerpo a su capricho, su goce, su lujuria, incluso su sadismo si lo deseaba, como Luisa... Por fortuna mi profesión oficial me situaba en un ambiente donde ese Gran Señor, mi Príncipe Negro, podía manifestarse algún día y donde, mientras tanto, lograba yo a veces atisbar mi futuro, como Moisés la Tierra Prometida. Por ejemplo, en la recepción oficial de un dignatario musulmán sabía yo que cierta cerrada puerta del patio donde charlábamos conducía al recinto sellado de las mujeres, o que tras las tupidas celosías del piso superior estaban observando la fiesta las esposas gozadas por nuestro huésped, sin que ninguna pudiera sospechar mi envidia hacia ellas.

—¡Pero tú te casaste con mamá! ¡Algo te interesarían las mujeres!

—Acudía a algún burdel con oficiales amigos para no llamar la atención, a veces sin llegar a nada, fingiéndome más borracho de lo que estaba. Sí, tu madre fue quien me conquistó porque la adiviné dominadora. Resolví entregarme a una Gran Señora mientras aparecía mi Gran Señor, aun sabiendo que aquello tendría el coste de desempeñar, además de mis funciones oficiales, el papel de marido y el de padre. En este último, sobre todo, puse todo mi esfuerzo y si no resulté mejor fue porque heredaste mi carácter y no el de tu madre, como yo deseaba. Te quise de veras y te quiero: me gustaría creer que te serví de algo.

—Me diste muchísimo y no podría yo quererte más, sobre todo en tus últimos tiempos, cuando volviste de Teherán. Aquel congreso sobre el sufismo reconoció tu obra en ese campo, ¿verdad?, y de él volviste con otro talante. Yo te adoraba; sin poder explicármelo te sentía cambiado y, a la vez, más tú mismo que nunca.

—Acertabas y yo también os veía a todos de otro modo. Pensaba mucho en ti, en la vida que te aguardaba; deseaba que fuese tan intensa como había empezado a serlo la mía. Porque ¿sabes?, en Teherán emigré a otra existencia, fui transformado y me transformé; renací. No a causa del congreso, que fue como todos, sino por la magia de Zadar, el Gran Señor con quien se cumplió el sueño de toda mi vida anterior... No me mires asombrado, es fácil de decir aunque encierre todo un mundo: en Teherán llegué a ser Scherezada, esclava y odalisca por amor. Totalmente entregada y poseída por unos brazos viriles, también enamorados. Murió mi vieja piel y me nació otra...Sí, te lo explicaré, necesitas saberlo.

Deja posarse un silencio colmado. En la ventana vira la luz a un encendido púrpura.

—Fue como la conversión de san Pablo o el rayo que nos fulmina. Descargó en el mismo aeropuerto, adonde yo llegaba adormilado a las dos de la madrugada, con tres horas de retraso perdidas por motivos técnicos en la escala de Atenas. Era noche cerrada, no se veía la tierra hacia donde bajábamos entre turbulencias fantasmagóricas de las nubes. Tras un largo rodaje por la pista aparcamos ante una construcción tan desigualmente alumbrada por focos dispersos que parecía una irreal decoración de teatro. Descendimos y avancé con mi maletín hacia la puerta donde me aguardaba, sin yo sospecharlo, el advenimiento, el milagro... Y ya no vi nada más.Sólo tuve ojos para él, descollando entre todos en la puerta, con una blanca túnica estilo hindú sobre los pantalones también blancos y tocado con un gorro de astracán gris. Sobre aquel alto pedestal, casi marmóreo, del blanco atuendo emergía un rostro anguloso y benévolo a un tiempo: finos los labios, altos los pómulos, audaz la nariz, oscura la barba bien recortada y, sobre todo, potentes ojos de azabache irradiando miradas como saetas. Ante aquella figura, con la cabeza tan impresionante como las del antiguo Egipto labradas en diorita, sentí la revelación. Era mi soñado dueño, mi Gran Señor encarnado. Y en el acto me ofrecí a su dominio, le rendí mi vasallaje: jamás había encontrado a un hombre tan singular, tan dotado de seductora superioridad. De pronto vacilaron mis pasos al descender su mirada sobre mí, con una expresión también de inmediato reconocimiento. No era ilusión mía, venía hacia nuestro grupo sin dejar de contemplarme... ¿Sería posible?... Reanudé mi avance hacia él, obedeciendo a su reclamo, hasta detenernos frente a frente. Era increíble pero pronunciaba mi nombre tendiéndome su mano... ¡Su mano! ¿Cómo describir mi entrega de la mía? Bajo el saludo convencional me declaré suyo en ese gesto y tomó posesión de mí. No me enteré de su nombre, que pronunció al mismo tiempo; lo averigüé más tarde: Zadar Sfandiari. Me tomó el brazo y me llevó a la puerta. Me atreví a mirar su perfil: un halcón. Mejor, un grifo o un fénix de las antiguas miniaturas persas.
Papá me mira. Debo parecerle absorto, ansioso de sus palabras.
—Te lo he contado con detalle porque, aun no siendo nada ante lo que viví después junto a él, ya empecé a sentirme verdadera odalisca desde ese encuentro. Ya no era yo el de antes ni lo podría ser nunca; mi nueva vida arrancaría de ahí. Imposible la duda mientras el Gran Señor me llevaba conducida –ya a veces me pensaba en femenino hasta la sala de equipajes, como a una virgen recién vendida a su dueño. Él era mi destino; yo lo sabía desde que me hirió el rayo, lo sentía por las desaforadas palpitaciones de mi corazón, feliz y temeroso a la vez. 'Mektub': estaba escrito. Por eso te lo he contado con detalle aun siendo imposible transmitirte mi emoción... Y mientras yo vivía en mi fondo ese renacimiento, me asombraba comprobar el poder de mi dueño. Todos le acataban, le dejaban paso, le servían. Al policía controlador de la entrada en el país le dirigió unas palabras entre las que distinguí mi nombre y no tuve ni que exhibir mi pasaporte. En cuanto apareció mi maleta la hizo recoger por un porteador y, eludiendo la aduana, salimos tras ella hasta una limusina aparcada fuera con un chófer. Así iniciamos un viaje hacia las afueras de la ciudad.

—¿Y cómo es que te esperaba un personaje así? –pregunto impaciente por conocer la aventura.

—Me lo explicó en el coche, donde comenzó rogándome no llamarle "Excelencia", como todos en el aeropuerto, sino simplemente Zadar, aunque yo decidí dirigirme a él como Señor, pues para mí lo era. Se encontraba de embajador iranio en Roma cuando el congreso de Nápoles, seis años antes, una reunión a la que por excepción pude concurrir y él asistió a las sesiones como destacado estudioso del sufismo. Le llamó la atención mi ponencia e intentó comentarla conmigo pero hubo de volver con urgencia a Roma. Desde entonces se interesó por mis obras e incluso mi persona, informándose por sus colegas en Madrid: me sorprendió en la conversación lo mucho que sabía de mí e incluso de mamá y de ti... Por eso había decidido tenerme en su casa de Teherán, en vez de en los hoteles para el Congreso y cuando yo le aseguré no merecer tanta distinción me replicó, con citas de mis obras, que ningún cristiano había penetrado como yo en las honduras del amor islámico y de la unión erótica y divina, desde el poema de Leyla y Majnun hasta los cuartetos del 'diwan' de Rumí para su amado Shams de Tabriz. Recuerdo cómo, al pronunciar esos elogios, tan acordes con mis emociones del momento, su mano se posó afectuosa sobre mi rodilla, como una gran mariposa blanca en la penumbra del coche. "¡Ya sabe que soy suya!" proclamó silencioso el deseo en mi corazón, pero mi humildad, intimidada ante su grandeza, me prevenía contra excesivas ilusiones... Y entre ese júbilo y esa incertidumbre fluctuó mi ánimo durante los tres días del congreso; la esperanza de que me tomase como su odalisca, según parecía anunciarme su trato, y el miedo de que mi persona le decepcionara por no estar a la altura de lo que le había hecho esperar mi obra. Por de pronto en el coche yo me persuadía de que mi sueño adolescente se realizaba, de que él llevaba consigo, a su lado, a la odalisca que yo siempre había querido ser... Al fin, cuando ya alboreaba cruzamos un vasto parque y acabamos apeándonos ante los escalones de un atrio cubierto. Dos criados nos esperaban, subimos una escalinata interior, recorrimos salones y pasillos de las mil y una noches que me confirmaban en mi nueva condición. Mi dueño me condujo a una alcoba oriental con un magnífico cuarto de baño adyacente y, como me viese observar los muchos detalles femeninos del mobiliario, justificó mi instalación allí porque la puerta opuesta del baño comunicaba con su propio dormitorio, donde así estaría fácilmente a mi disposición. ¡Como si yo necesitara justificaciones para sentirme feliz en su cercanía!... Me dejó solo para descansar, pero no pude cerrar un ojo, reviviendo la emoción del encuentro y preparándome para lo que esperaba me esperase, deseando se realizara... El sol al fin penetró por mi ventanal y, al asomarme a un pequeño y cuidadísimo jardín percibí el intenso perfume de las rosas, transportándome al poético mundo del 'Gulistán' de Saadi. Al fondo del jardín brillaban las ondulaciones de un estanque, de cuyas aguas emergió por una escala el nadador que las causaba: Zadar que, desnudo, se ofreció al sol. Una estatua de pálido bronce, pero no según el canon clásico sino con el de los nómadas: delgado, la energía en los nervios y en la fibra más aún que en los músculos, sin embargo bien modelados. Poderoso y flexible, casi felino, empezó a ejecutar varias asanas como un perfecto yogui, cuya agilidad me recordó la del velocísimo 'chitah', el leopardo domesticado para la caza por los nobles persas de las miniaturas. ¡Qué decepción la mía porque aquel semidiós no invadiera mi alcoba y me poseyera allí mismo!... Pero así viví tres días, en pleno suplicio de Tántalo, con la miel ante mis labios una y otra vez, sin alcanzarla nunca. Me llenó de júbilo que él celebrase mi ponencia sobre "La unión mística en Rumí", pero no era ése mi más ardiente deseo. Creí poder alcanzarlo cuando escuché su propia intervención sobre "Deseo, pasión y amor en el sufismo tántrico", pues parecía imposible que quien se entusiasmaba con tan fogosas ideas no respondiera a la intensidad de mis ansias; sobre todo después de descubrirme las honduras de lo que llamaba "el sufismo tántrico", para mí desconocido hasta entonces como variante esotérica de la mística islámica. Le pedí más noticias en nuestro coloquio de aquella noche y el resultado fue un diálogo de gran hondura pues, impresionado por sus ideas y enriquecido con ellas, yo expuse las mías en las que, bajo el análisis y la exégesis, yo estaba ofreciéndome a él con total desnudez. Entonces fue cuando me definió como uno de los tipos humanos caracterizados en la morfología tántrica: "Eres un perfecto corazón de gacela", exclamó, recogiendo sin mencionarla mi velada declaración. Me llené de audacia, oculté mi miedo bajo una sonrisa y le pregunté si ser así tenía algún valor. Me miró como no me había mirado nunca. "Un hombre corazón de gacela, caso muy raro cuando es tan puro como tú, es la pareja ideal, pues combina las cualidades de los dos sexos; encarna lo que vosotros llamáis androginia. Si encuentra su complementario conocerán ambos el Paraíso en la Tierra"... Imposible transmitirte mi exaltación; ¿cómo no sentirme entonces a las puertas de ese Paraíso?... ¡Oh noche inolvidable! Dormidas las rosas nos embriagaba el perfume del jazminero y el susurro de la fuente. Me atreví a preguntarle: "Y tú, Señor, ¿puedo saber cómo es tu corazón?" "Adivínalo", me ordenó y yo, recordándole agilísimo junto al estanque en la primera mañana murmuré: "De leopardo, si no te ofende." Le vi emocionado al sentirse comprendido, pero eso fue todo. El 'chitah' no saltó sobre la gacela ya en su poder... Esperé en vano, se ocultó la luna, se despidió dejándome solo... ¡Qué abismo, mi desesperación, qué corrosiva negrura! Ansiar algo toda una vida, depender de esa única obsesión, ver cómo el tiempo la iba haciendo cada vez menos posible y, de pronto, sin esperarlo ya, al borde del final, verme ante el milagro, sentirlo propicio, abrirme ya para él y sufrir que se evapora como por una maldición... ¡Qué insomnio de dolor y de llanto, tratando al menos de explicarme lo inexplicable!

—¿Estaba enfermo él o algo imprevisible?

—Mi tortura no duró mucho tiempo. Asistí como pude al día siguiente a la clausura del congreso y, al anochecer, cuando terminábamos de cenar, le recordé que a la mañana siguiente salía mi avión y empecé unas frases de gratitud por su hospitalidad, pero se me quebró la voz. Además él me atajó con palabras también temblorosas: "Yo esperaba que quizás te gustaría quedarte aquí unos días más, como mi huésped." Mi dolor se encabritó de golpe: "Como tu huésped no, Señor"; imposible seguir soportándolo. "Me has apresado en la red de tu hombría como el cazador a la paloma." Me miró sonriente, reconociendo el archifamoso verso del poema de Leyla y Majnun, mientras yo añadía: "Sólo me quedaría como tu esclava, tu sierva, tu odalisca." Fui capaz de decirlo con firmeza, mirándole a los ojos, y cuando le oí responderme que ése era justamente su deseo me arrebató la ira: "Entonces ¿por qué has sido tan cruel estos días? ¿No me has visto sufrir esperándote en vano desde mi llegada? ¿Sadismo de leopardo, placer de la caza?"... Se levantó, vino junto a mí, se sentó a mi lado y me abrazó por el hombro, con lo que me rindió: "Te equivocas, gacela mía. Eres tú quien atrapó al leopardo, le hizo desearte, necesitarte, desde que te adiviné por tus escritos y me nació un amor que se confirmó con tu presencia. Yo también he sufrido reteniéndome, pero era menester padecer ambos para llegar ahora a estar maduros en la exasperación, como el místico que vuela mejor hacia la luz desde el abismo... Ha llegado el momento, lejos de congresos y de todo; te recojo en el límite y juntos construimos nuestro encuentro total. Serás mi odalisca, como deseas, gacela tanto tiempo esperada. Viviremos como Rumí y su amante Shams, según cantó en aquel cuarteto que conoces:

En verdad somos un alma única tú y yo.
Nos mostramos y nos ocultamos tú en mí, yo en ti.
Esa meta persiguen nuestros cuerpos al enlazarse,
pues tú y yo no existimos ni yo ni tú.

—Sólo unas palabras pude pronunciar después –continúa mi padre–: "¡Me has vaciado de mí! ¡Lléname de ti!" "Vas a amarme y a ser amada como no lo fuiste nunca –respondió. Preparémonos para nuestras bodas; dentro de poco iré a buscarte a tu alcoba"... Pasé por el baño para ofrecerme mejor y luego, al entrar en mi cuarto, vi extendida sobre el lecho una suntuosa túnica toda encaje y transparencia. Apenas me la había puesto cuando apareció desnudo mi leopardo y en su mirada devoradora me sentí por fin su presa: me estremecí. "No tengas miedo", murmuró. "Tengo miedo, pero tengo mucha más ansia todavía de sentirte en mí." Se acercó y me levantó en vilo, transportándome a través del baño hacia su cuarto. Su brazo derecho sujetaba mis rodillas por debajo, el izquierdo rodeaba mi torso, mi cabeza reposaba sobre su hombro. Cerré los ojos en éxtasis. Me embriagaba su fuerza, me envolvía su olor y el calor de su piel y el vigor de sus músculos. Fue la procesión nupcial más hermosa imaginable para llevar al tálamo a una virgen.
A medida que su emoción por el recuerdo ha ido creciendo su voz se ha debilitado hasta esfumarse y, a la vez, su figura se ha hecho translúcida, etérea, hasta desvanecerse.

José Luis Sampedro

  • Fotografía: Eikoh Hosoe

14 comentarios:

Fujur dijo...

Me identifico con uno de los cantantes de OUTKAST cuando le preguntaron si era gay... no lo siento, yo soy lesbiano jeje

siento no haberme pasado desde hace tiempo... estas opos...

besos!

Javier dijo...

A ver, jajajaja, me leí la novela de un tirón, no necesito decir más y me encanta el misterio fotográfico de Eikoh Hosoe, se necesita que comente algo más ?¿....Y en concreto esta fotografía de Mishima,es una de mis favoritas, es magnética.

Anónimo dijo...

También leí esta fascinante novela. Subrayaría de ella su búsqueda de la autenticidad valiéndose de esa transformación sexual. Su indagación a través de todas estas numerosas variantes cerebro-genitales del amor.
Finalmente me identifico con esa frase con esta frase que pone el autor en boca de Zadar:

"Te equivocas, gacela mía. Eres tú quien atrapó al leopardo, le hizo desearte, necesitarte, desde que te adiviné por tus escritos y me nació un amor que se confirmó con tu presencia. Yo también he sufrido reteniéndome, pero era menester padecer ambos para llegar ahora a estar maduros en la exasperación, como el místico que vuela mejor hacia la luz desde el abismo..."

Besos multicolores y gracias por tu apoyo en la entrada del diálogo entre Bonsai y yo.

ANA HIMES dijo...

Mi chico me ha recomendado este libro y lo tiene en casa. Creo que, tras este exhaustivo post, me apetece más que nunca hincarle los dientes.

Saludos

Justo dijo...

Yo no he leído la novela..
Así que he me he enfrentado virgen, por así decirlo, al texto: casi de entrada, me ha interesado el discurso sobre el desprecio.
Y después, lo que subyace en la historia sobre la construcción de las identidades, sobre la representación: qué relación más atrayente, la de los dos, cada uno en su papel, consagrando el momento del encuentro, con el sufrimiento previo, pero de alguna manera "representando", para después obtener el placer supremo que desean experimentar.

Considero cada vez más moldeables y relativos los roles que nos asignamos cada uno: tengo un amigo que se traviste y busca clientes en su casa a través de un anuncio -y tiene mucho éxito, y el tipo de tíos que van son los que a él le gustan, de aspecto ordinario o rudo, nada sofisticado, el hombre que no sueles encontrar en un bar de ambiente; pero en principio mi amigo buscaba representar el papel del putón típico y sin embargo lo que le piden la mayoría es.. que les humille y someta, que les reduzca a nada, sentirse por debajo, y es que en muchas ocasiones y sobre todo ya con un rodaje es la transgresión de lo que supuestamente debemos hacer lo que parece que nos mueve sexualmente y erotiza: es normal, ¿cómo nos va a conmover lo establecido y consabido, si el sexo es la búsqueda y el vértigo, lo opuesto al polvete de los sábados con el pariente o la parienta?

Bueno, ya ves que me ha motivado el texto. Un abrazo lesbiano

Capri c'est fini dijo...

Hummm muy interesante, genial narrado, sobre todo esa concepción de sumiso activo, al que finalmente se obedecerá... el juego de la odalisca y las Mil y Una Noches, porque finalmente Scherezade tenía el mando. Los sueños más profundos e íntimos de una persona pueden ser cualquier cosa y diferentes según la persona. Yo albergo algunos también. Un beso.

PD: Ahora también te digo que mi padre me dice que siempre ha querido ser una pdalisca y me da un patatús.

Arkana dijo...

Acabo de ver el video de la entrada anterior. Gracias, gracias y gracias! Es mi pequeño regalo del día. Me ha encantado.

Un beso!

Mery dijo...

Desde luego hay que agradecerte las molestias de transcribir tanto texto en esta entrada.
Me pregunto cuánta gente habrá que desee ser odalisca, ser Sharezade, ser tantas inversiones de sí mismos, como el negativo de lo que son cara a la vida.
Francamente interesante.

Anónimo dijo...

pedazo blog

Anónimo dijo...

Él ... ella perdón, su odalisca ... yo (como ella también ...) tu puta.
Akuar

BettyBlu dijo...

Adoro a Sampedro!

Gracias por recordamelo de nuevo.

Besos

Anónimo dijo...

Pues a mí, lo que más me ha gustado es que ilustraras este pasaje con esa foto de Dalí.

Besos

ALquimia

Danielle dijo...

Un relato sencillamente fascinante.
Saludos,

Danielle

Eria.. dijo...

Recuerdo la lectura de este libro hace ocho años...me tocó muchas cosas dentro. Tiene un momento en que se hace espeso, es cierto, pero en conjunto me encantó.Me tomó de la mano para otros lugares. Besitos varios.