.
Mañana nublada y gris. Como tantas otras veces, me he despertado antes del alba. Hacía semanas que no veía amanecer sobre el mar. Armada con un tupido chal de punto y una taza de café recién hecho, he subido a la azotea para contemplar la salida del sol. No contaba con la espesura de las nubes. El horizonte estaba velado de un oscuro impenetrable, como si hoy no quisiera concederme ese capricho. Así que renuncié pronto, apenas unos minutos y unos sorbos de café con la brisa en la cara. De vuelta a mi escritorio, he ordenado algunos papeles. El graznido de la bandada de estorninos, sobrevolando los tejados, me ha anunciado el momento exacto de la aurora. Entonces, he recordado cuántos instantes felices he arrancado a aquel triste tiempo de tinieblas, a golpe de amaneceres sobre el mar. Apoyada sobre el murete de la azotea, encogida de frío la mayor parte de las veces, esperaba ansiosa la luz venida de Oriente. Con ella me dejaba transportar a un leve Paraíso teñido de púrpura y perfumado de jazmines. Porque es al alba cuando los jazmines despliegan con mayor fuerza su aroma.
La dicha es así, fugaz y transparente como los colores de la madrugada.
Sonrío al descubrir algunas anotaciones entre mis papeles. Viene a mi memoria una cita de aquella época de lúbricos encuentros en la distancia. Un compañero de chat, con el que nunca tuve demasiadas confianzas, dice que mi lugar de residencia le pilla de camino en su ruta de viaje de negocios. Algo inusual, pues yo vivo alejada de toda ruta mercantil. Acepto su invitación para tomar el aperitivo y conocernos.
No nos habíamos visto ni en foto, pero superamos el impacto visual muy bien. Finales de primavera, y la terraza del restaurante era muy acogedora. Durante el aperitivo me pidió que comiera con él. Volví a aceptar. La verdad es que no tenía nada mejor que hacer y nos acompañaba el tiempo, el paisaje y la conversación no me aburría. Salvo por algunas puntualizaciones mías, era él quién más hablaba. Le observaba tratando de sacar conclusiones. No estaba mal. Señor maduro, agradable y aceptablemente cultivado. Me atraen los hombres maduros. Incluso aquellos que podrían ser mi padre. Para mi gusto era algo ostentoso. El coche, su ropa, el reloj. Un vino excesivo. Esa elección no me causó buena impresión. Pretendió impresionarme más con el precio que con el paladar y le salió el tiro por la culata. A partir de ese momento, agudicé el análisis de cada uno de sus gestos y sus palabras. A esas alturas del encuentro, ya estaba claro que me deseaba. No era necesario que me lo dijera. Cualquier mujer, con un mínimo de olfato, huele las intenciones sexuales de un hombre. Quedaba averiguar de qué forma me deseaba.
Empezaba a cansarme su falta de modestia. Había llegado el momento de dejar atrás la complaciente compostura femenina. Así que fue un pequeño y pérfido placer sorprenderle con el nombre exacto de la capital de Bhután cuando trató de dejarme con la boca abierta con el relato de otro de sus viajes por países exóticos, como si las mujeres no tuviéramos nociones de geografía. O mejor dicho, aquellas mujeres que, bajo sus parámetros, éramos deseables. Ahora era yo quién dirigía la conversación. Salió el tema de nuestro lugar común: el chat de Sado. Hablamos de nuestras preferencias eróticas. Él era dominante, claro está. Hasta ponía cara de Amo, no fuera yo a dudarlo. Por fin empezaba a aclararse el panorama de sus expectativas. Prácticamente, había decidido que no tenía nada que hacer conmigo, pero quedaba darle la puntilla y dictar sentencia definitiva. Tengo apego a la justicia.
Era aficionado a la cría de caballos de pura raza española. Aún recuerdo cómo se le llenó la boca de babas cuando pronunció PURA raza. Eso me produjo un repelús terrible. Con ese detalle ya tenía suficiente para mandarle al cadalso de la indiferencia, pero quise ser lo más objetiva posible. Esa afición suya la había extrapolado a sus juegos libidinosos, por lo que gustaba adiestrar a sus amantes como devotas yeguas. Me pareció de cierta originalidad.
Llegó la hora de la interrogación clave. Le pregunté por su mujer y si con ella no compartía esas pasiones de alcoba. Me respondió que no, ¡por dios!, cómo iba a practicar con ella semejantes inclinaciones. Que, vamos, ni se lo quería imaginar. Con la madre de sus hijos ni por asomo se le pasaba por la cabeza. La sola idea de que su sagrada esposa le pudiera corresponder le daba aversión. No, no, no hubiera podido casarse con alguien así. Gélida como un liquen, le dejé explayarse. Dejé que se ahorcara él solito.
Ya no quise postre. Mi único deseo era volver a mi casa. Alejarme de ese jodido cerdo. Se sorprendió por mis prisas. El señor de los viajes exóticos y la cría de caballos de PURA raza, no tenía ni puñetera idea de porqué me moría por irme. Eso fue lo más triste. Así que no me quedó más remedio que aclararle que no acostumbraba a frecuentar hombres de tan baja estofa… Y me largué.
Me quedé con ganas de escupirle en la cara. Mi madre me enseñó que eso está muy feo. ¡Maldita educación!
Mañana nublada y gris. Como tantas otras veces, me he despertado antes del alba. Hacía semanas que no veía amanecer sobre el mar. Armada con un tupido chal de punto y una taza de café recién hecho, he subido a la azotea para contemplar la salida del sol. No contaba con la espesura de las nubes. El horizonte estaba velado de un oscuro impenetrable, como si hoy no quisiera concederme ese capricho. Así que renuncié pronto, apenas unos minutos y unos sorbos de café con la brisa en la cara. De vuelta a mi escritorio, he ordenado algunos papeles. El graznido de la bandada de estorninos, sobrevolando los tejados, me ha anunciado el momento exacto de la aurora. Entonces, he recordado cuántos instantes felices he arrancado a aquel triste tiempo de tinieblas, a golpe de amaneceres sobre el mar. Apoyada sobre el murete de la azotea, encogida de frío la mayor parte de las veces, esperaba ansiosa la luz venida de Oriente. Con ella me dejaba transportar a un leve Paraíso teñido de púrpura y perfumado de jazmines. Porque es al alba cuando los jazmines despliegan con mayor fuerza su aroma.
La dicha es así, fugaz y transparente como los colores de la madrugada.
Sonrío al descubrir algunas anotaciones entre mis papeles. Viene a mi memoria una cita de aquella época de lúbricos encuentros en la distancia. Un compañero de chat, con el que nunca tuve demasiadas confianzas, dice que mi lugar de residencia le pilla de camino en su ruta de viaje de negocios. Algo inusual, pues yo vivo alejada de toda ruta mercantil. Acepto su invitación para tomar el aperitivo y conocernos.
No nos habíamos visto ni en foto, pero superamos el impacto visual muy bien. Finales de primavera, y la terraza del restaurante era muy acogedora. Durante el aperitivo me pidió que comiera con él. Volví a aceptar. La verdad es que no tenía nada mejor que hacer y nos acompañaba el tiempo, el paisaje y la conversación no me aburría. Salvo por algunas puntualizaciones mías, era él quién más hablaba. Le observaba tratando de sacar conclusiones. No estaba mal. Señor maduro, agradable y aceptablemente cultivado. Me atraen los hombres maduros. Incluso aquellos que podrían ser mi padre. Para mi gusto era algo ostentoso. El coche, su ropa, el reloj. Un vino excesivo. Esa elección no me causó buena impresión. Pretendió impresionarme más con el precio que con el paladar y le salió el tiro por la culata. A partir de ese momento, agudicé el análisis de cada uno de sus gestos y sus palabras. A esas alturas del encuentro, ya estaba claro que me deseaba. No era necesario que me lo dijera. Cualquier mujer, con un mínimo de olfato, huele las intenciones sexuales de un hombre. Quedaba averiguar de qué forma me deseaba.
Empezaba a cansarme su falta de modestia. Había llegado el momento de dejar atrás la complaciente compostura femenina. Así que fue un pequeño y pérfido placer sorprenderle con el nombre exacto de la capital de Bhután cuando trató de dejarme con la boca abierta con el relato de otro de sus viajes por países exóticos, como si las mujeres no tuviéramos nociones de geografía. O mejor dicho, aquellas mujeres que, bajo sus parámetros, éramos deseables. Ahora era yo quién dirigía la conversación. Salió el tema de nuestro lugar común: el chat de Sado. Hablamos de nuestras preferencias eróticas. Él era dominante, claro está. Hasta ponía cara de Amo, no fuera yo a dudarlo. Por fin empezaba a aclararse el panorama de sus expectativas. Prácticamente, había decidido que no tenía nada que hacer conmigo, pero quedaba darle la puntilla y dictar sentencia definitiva. Tengo apego a la justicia.
Era aficionado a la cría de caballos de pura raza española. Aún recuerdo cómo se le llenó la boca de babas cuando pronunció PURA raza. Eso me produjo un repelús terrible. Con ese detalle ya tenía suficiente para mandarle al cadalso de la indiferencia, pero quise ser lo más objetiva posible. Esa afición suya la había extrapolado a sus juegos libidinosos, por lo que gustaba adiestrar a sus amantes como devotas yeguas. Me pareció de cierta originalidad.
Llegó la hora de la interrogación clave. Le pregunté por su mujer y si con ella no compartía esas pasiones de alcoba. Me respondió que no, ¡por dios!, cómo iba a practicar con ella semejantes inclinaciones. Que, vamos, ni se lo quería imaginar. Con la madre de sus hijos ni por asomo se le pasaba por la cabeza. La sola idea de que su sagrada esposa le pudiera corresponder le daba aversión. No, no, no hubiera podido casarse con alguien así. Gélida como un liquen, le dejé explayarse. Dejé que se ahorcara él solito.
Ya no quise postre. Mi único deseo era volver a mi casa. Alejarme de ese jodido cerdo. Se sorprendió por mis prisas. El señor de los viajes exóticos y la cría de caballos de PURA raza, no tenía ni puñetera idea de porqué me moría por irme. Eso fue lo más triste. Así que no me quedó más remedio que aclararle que no acostumbraba a frecuentar hombres de tan baja estofa… Y me largué.
Me quedé con ganas de escupirle en la cara. Mi madre me enseñó que eso está muy feo. ¡Maldita educación!
- Fotografía: Helmut Newton
12 comentarios:
Un escupitajo en la cara... igual era esa la perversión que andaba buscando...
O igual sólo se trataba de un pobre diablo mal aconsejado que se dejó el sueldo de un mes en reconstruir una falsa apariencia...
O puede que un escupitajo a tiempo le venga bien a más de uno...
Hola X...
De regalo de Navidad, escribo estas lineas sobre tus palabras
Mañana nublada, gris
hoy me desperté
antes del alba;
semanas
sin ver como amanece
el mar, armada
con un tupido chal de punto,
una taza de café
que subo a la azotea
para contar
la espesura de las nubes;
un horizonte velado
de oscuro impenetrable,
unos sorbos de brisa
en la terraza
y de vuelta,
una bandada de estorninos,
me revela el momento exacto
de la aurora;
instantes felices
arrancados de tinieblas,
a golpe de amaneceres
saturados de frío,
esperando
la ansiosa luz de Oriente;
leve paraíso,
púrpura perfumada
de jazmines del alba.
un beso
variopaint
Poder salir a la azotea y ver, sentir, experimentar el amanecer de un nuevo día... mmmmmmmm
Aún no sé cómo os atrevéis a hacer citas a ciegas... es superior a mí.
A amo humillado, sumiso creado. ¿Será esto verdad?
Yo ya perdí mi alma, pero como el buen Fausto, espero que en el último instante alguien ahí arriba se acuerde de mí. De momento soy guía del inframundo y tengo licencia para salvar algún alma de provecho.
Besitos a ciegas.
Inmenso texto...
Muchas gracias por añadir mi modesto blog en tu lista. Con tu permiso, hago lo mismo...
Abrazos de navidad.
Si era por perversión, rata perezosa, entonces no se lo merecía. Porque esos escupitajos se dan con respeto y pasión. No, éste era uno de esos cerdos para los que hay dos categorías de mujeres: las respetables y las que te follas sin respeto, o sea, para él, las putas. Por desgracia, quedan muchos especimenes así.
Muchas gracias, Variopint. Eres un encanto. Copio y guardo estos versos como un delicado regalo de Navidad.
Veneris, ¿y cómo deben ser las citas? Era una simple cita de aproximación. Quedas a tomar algo y charlas. A veces, hay química y, otras, no. Si la hay, te puedes plantear un nuevo encuentro. Es una fórmula como otra cualquiera. Puedes dar con algún impresentable, pero a eso estás expuesta siempre. En cuanto a lo de "Amo humillado, sumiso creado", para nada. Jugar a amo o a sumiso es sólo una circunstancia. Si humillé a alguien, fue al hombre. Aunque, en realidad, lo humillante fue su comentario. No ya por mí, sino por todo el género femenino.
Oye, ¿y porqué quieres salvar mi alma? Si yo quiero ser una "perdida". :-)
Gracias, Enrique, por el abrazo navideño y el comentario. En cuanto a añadir mi blog, yo preferiría que fuese porque apetece, no por obligada cortesía. Sinceramente, me da igual que se enlace mi blog o no. Yo seguiré poniendo los blog's que me gustan o participando en ellos por puro placer, sin que tenga que haber ninguna reciprocidad. Me gusta sentirme libre de compromisos y espero que los demás también lo sean.
Un abrazo a todos.
... X
¿Otro amanecer?
Oh, es superior a mí quedar con alguien del cual desconozco casi todo. Por lo menos una imagen... unos correos más extensos... un blog... buscar la afinidad antes de la cita, ¿no?
En la circunstancia lúdica para nada se ha creado un sumiso, claro... pero a este hombre se le habrán bajado un poco los humos, ¿no? y a lo mejor ya le gusta menos interpretar este papel de "amo" y busca a su mujercita para que le dé lecciones de honestidad. Da igual, no me hagas mucho caso; yo en este mundillo me pierdo.
Pos vale... perdida estás... el curriculum lo envías a "Avda del Leteo s/n" a la atención de Azazel, que es quien se ocupa este lustro de la selección de personal. Yo ya voy necesitando ayudita... que no doy abasto con tanta alma perdida... jejeje
Besitosss oscurosss
Sí, otro amanecer. De muerte. El firmamento limpio. A mi espalda la luna (casi llena) y de frente, el sol naciente sobre el Mediterráneo, tiñéndolo de rojo.
Entiendo lo que dices de las citas. Pero ésta no era "amorosa". Un compañero de chat largamente conocido, con el que no tienes relación íntima ninguna, te dice paso por ahí y te saludo y tú dices vale. Luego notas que tiene pretensiones y piensas: veamos de qué pie cojea. Descubres que su mentalidad es miserable y le pones en su sitio porque te ofenden sus comentarios. Pero da igual que sea amo, sumiso o lagarto. Una parte de nuestra sociedad sigue pensando así, que hay mujeres decentes e indecentes en función de su contención sexual. Eso de por sí ya es grave, pero si encima te lo viene a decir un tipejo de doble moral, es para partirle la cara. Lo peor es que no va cambiar una pizca.
Al final, lo único importante es que nos rebelemos y vivamos nuestra sexualidad como nos de la gana, contenidas o “descontenidas”. Siempre con ese respeto al prójimo que deseamos para nosotras mismas, pero sin concesiones a la represión.
(Vaya mitin)
Jajaja... ¿a la atención de Azazel? Mira que a mí el azufre me da alergia.
Que pases un bonito día, Veneris.
... X
Subyace por doquier un cultura, confesional, cinéfila, cuasi limpia, cuasi esmegma, subyugante por cualquier lado, rincón que se observe en el blog.
¿Quién demonios serás? Lo importante es que no importa.
Aquí el exceso de ojos es virtud de penumbra.
Un abrazo, amiga. La leo, y sí sé cómo llegue aquí.
Antonio Medinilla.
¿El exceso de ojos es virtud de penumbra? Prodigiosa imaginación.
Gracias por tu paseo, Antonio. Yo también te sigo.
... X
Esa imagen de evidencia es de las peores que puede dar un hombre...
Me encanta como escribes y de lo que hablas. Me encanta ese juego con la perversión. No sé si lo he definido bien, o acabo de ofenderte. En cualquier caso, mi curiosidad la tienes.
Gracias, Agurdión. Y no, no me ofendes en absoluto. Esa es la idea... el juego con la perversión. O las perversiones.
... X
Es lo que hay, encanto: unos mejores y otros peores, como todos, como todas...
Cuando a un@ no le interesa, para qué perder más tiempo.
Besos postreros.
Publicar un comentario