Mis primeras medias de seda

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Fotografía de Horst P. Horst

Mis primeras medias de seda, en realidad, ni eran de seda natural ni eran medias, sino unos finísimos pantys negros con brillo cristal, de puntera y talón invisibles, de Dior. Cuando tienes 19 años y tu madre te compra las primeras medias de lujo para acudir a tu primera fiesta de Año Nuevo, esa prenda se convierte en el pasaporte a la sofisticación de la mujer adulta que tanto has observado en el cine.

Recuerdo como si fuera ayer toda la indumentaria de aquella noche. Una noche que prometía ser emocionante y alegre. Blusa negra y vaporosa de amplias mangas abullonadas y puños estrechos. Falda negra de crêpe de seda, ajustadísima a las caderas, y en caída recta hasta casi los tobillos. Una falda absolutamente recatada de no ser porque llevaba, delante, una abertura hasta medio muslo. De ahí que las medias fueran tan protagonistas, aunque sólo lo eran cuando te sentabas o te movías con cierto brío. La habilidad de la o el confeccionador de la prenda había sido tal que con un caminar cadencioso la abertura se desplazaba únicamente en su porción inferior, como una ondulante premonición de muslos envueltos en transparente seda. Para contrastar la sobriedad del negro, el vestuario se completaba con un fajín de colores brillantes y unas sandalias de oro viejo con un fino tacón de 12 centímetros. Con 19 años eres capaz de recorrer el mundo sobre agujas de 12 centímetros sin desfallecer.

Como otros años, acompañé a mi madre a la cena de Noche Vieja a casa de unos amigos. Los señores, en una buena proporción, pertenecían al mundo de la cultura. Y digo los señores, porque ellas, inteligentes y capaces, jugaban el papel de fieles y abnegadas compañeras, dejando a sus esposos todo el protagonismo intelectual. Mi madre, en calidad de apetecible divorciada, tenía mayor licencia para ser escuchada, como una graciosa concesión de los machos pensantes. Claro que mi madre no hubiera consentido lo contrario, menuda era (y es). No me pasaba desapercibido como a ellos, en esa euforia progresista de una democracia estrenada no hace demasiados años, se les llenaba la boca con proclamas libertarias y disquisiciones sobre la igualdad, y alzaban la copa por esto y por aquello, sin mover un puto dedo, mientras ellas se afanaban como hormiguitas con los preparativos de la cena. El alcohol no sólo les estaba soltando la lengua, sino también las miradas. La chiquilla de las ocasiones precedentes se había esfumado a sus ojos. Por momentos, me estaba sintiendo la codiciada presa de un cazador hambriento. De tal modo, que no me atrevía ni a sentarme ni a moverme demasiado. Con la ilusión que me había hecho enfundarme esas delicadas medias y, ante aquellas pupilas predadoras, las hubiera canjeado sin dudarlo por unos vaqueros, o mejor, por una escafandra.

Llegó la cena y confié en el bendito refugio de la mesa y su largo mantel. Pero me equivocaba. Se sentó a mi lado, muy a propósito, un señor catedrático. Y, mientras cosechaba la admiración de los presentes con su discurso de honesto e infatigable luchador por las libertades, su mano se paseaba por mis muslos como la de un señor feudal con derecho de pernada. Sabía, el muy cabrón, que yo callaría, sobrecogida por el pudor de mi juventud y la bochornosa perspectiva de no ser creída. Su sudorosa y enrojecida cara, que con tanto asco recuerdo, no era consecuencia del vino como debían pensar los demás. Cuanto más me esforzaba por quitarme su zarpa de encima, más se encendía su tez. Con las uvas y las doce campanadas creí que acabaría mi suplicio, pues con el brindis, por fin, nos pudimos levantar de la mesa. Y no tardarían en venir a buscarme para acudir a la fiesta de Año Nuevo. Me encaminé a uno de los dormitorios con el propósito de recoger mi abrigo y mi bolso y salir corriendo en cuanto me avisaran por el telefonillo del portal. Encorvada sobra la cama, buscando mis pertenencias entre las varias prendas ahí apiladas, alguien posó sus manos sobre mi trasero con tanto ímpetu que por poco me tumba. Al volverme, comprobé espantada que no era una broma. El señor catedrático, con su cara roja de sapo salido y borracho, se abalanzó sobre mí. Pude esquivar su babosa boca, pero sus brazos me impedían la huída. Ya me veía gritando socorro cuando apareció su mujer, como por arte de magia, y me salvó. Seguramente mi ángel de la guarda había observando las maniobras de su señor esposo, el catedrático, e intuido sus intenciones, de ahí que le siguiera. De vuelta al salón, nadie parecía haberse percatado de nada, ni siquiera mi madre, que charlaba animosamente con unos y con otros. Sentí una intensa vergüenza y mucha culpa, como si la causa de todo hubiera sido la exuberancia de mis largas piernas enfundadas en seda negra, resaltadas aún más por la ondulante ranura de la falda y los vertiginosos tacones. De algún modo, creía no haber sabido gestionar a la mujer adulta que estrenaba esa noche con las medias de cristal. En vista de mi terrible torpeza y en pro del ambiente festivo y la paz colectiva, calibré que lo mejor era silenciar el bochornoso episodio como si nunca hubiera existido.

16 comentarios:

Willow Sweet dijo...

Siempre callamos...
Siempre...

Anónimo dijo...

No se si es una confidencia, pues la haces en público. Una confesión, tampoco, pues creo que a estas alturas ya no te debe resultar necesaria tal confesión. Si es un relato, si lo entiendo. Así que no se que es, pese a estar ubicado, este no se que es, en el apartado de " A golpe de confidencias".

Fernando dijo...

No sé pero me ha dejado la sensación de mala leche de que ese señor cerdo y cabrón se hubiera merecido un gran escarmiento...

besos

Mery dijo...

1. ¿Y su señora esposa cómo reaccionó ante ese espectáculo lamentable?

2. Muchos discursos libertarios y mira, el guarro seguía tratando a la mujer (encima jovencita) como un cabrito medieval.

3. Debía estar cual diosa con esas piernas largas y esas medias de ensueño.

Un beso navideño cien por cien.

Dantonmaltes dijo...

Por cosas así creo muy poco en las palabras por mi bien puestas que estén. Suele haber un abismo entre lo que se dice y se hace. Para muchas personas el decir es la mejor manera de ocultarse: la mentira perpetua es más eficaz que la mentira ocasional.

atikus dijo...

No hay nada mas sexy que unas medias de seda y nada mas asqueroso que un cabrón que se cree con derecho a joder por tener poder.

Feliz y erótico 2011

Ricardo Miñana dijo...

En estas fechas tan entrañables
que la armonía, la paz y felicidad entren en tu casa.
¡¡Felices fiestas!!

Un abrazo.

enrique dijo...

Me quedo con las medias...

Justo dijo...

¿Las llevarás esta noche?

¡Un beso fuerte, feliz 2011!

Madame X dijo...

Sweet… Seguimos callando en muchas ocasiones, por desgracia, y no deberíamos. Aunque, a veces, siguen sin creernos.

Anónimo: Querido, es una confidencia que hago pública en mi blog. Espero haberte aclarado las dudas.

Fernando… Sí, se hubiera merecido un escarmiento, pero entonces fui cobarde. Si me pillara ahora, otro gallo cantaría. Un beso.

Mery: Su señora esposa debió echarle un rapapolvos de mucho cuidado, lo imagino por el tiempo que tardaron en salir, pero no trascendió. Y gracias por el piropo, guapa. La verdad es que me sentaban de miedo esas medias bajo esa falda, aunque con 19 años todo te sienta de miedo. Lo cierto es que me sentí tan mal que no disfruté como debiera de la posterior fiesta, ya con gente de mi edad. Pero bueno, ya es historia. Otro beso festivo para ti.

Danton… Por desgracia así es la moral nuestra de cada día, pero siempre hay una oveja negra que hace lo que dice y viceversa. Será por eso que me gustan las ovejas oscuras ;-)

Atikus… Mejor pensemos sólo en lo bien que sientan unas medias de seda :-) Feliz 2011 también para ti… y que esté pleno de erotismo, of course.

Ricardo: Muchas gracias, y recibe mis mejores deseos para este año que acabamos de estrenar.

Enrique: Yo también :-)

Justo: … jajaja, muy buena pregunta. Sí, anoche llevaba medias-medias, pero más vintage: negras, con costura y talón cubano. Y nadie me metió mano :-( ¿Será porque el vestido no tenía una raja tan larga? Felices fiestas y otro beso, guapo.

FELIZ 2011 a todos.

Javier dijo...

Son esas situaciones que siempre me han llenado de indignación, el silencio del agraviado acompañado del sentimiento de culpa, supongo que a esta altura ya habrás aprendido que un buen bofetón hace milagros, jejejeje

Abogada Soltera dijo...

Bella... leí este post hace unos días y estaba viendo la forma de mandarte un mail privado pero bueno, me doy por vencida y, tras tu comentario, he pensando que era mejor escribirte aunque fuera en público... Me gustó mucho este post pero me removió bastante. Me removió reconocer lo enferma que está nuestra sociedad, lo enferma que está una sociedad que agoniza por no saberse y reconocerse... Tanto es así que las personas que nos sí disfrutan de las cosas con naturalidad se convierten en puros exhibicionistas. En fin...
Siempre me haces pensar, amore... Eres excepcional, francamente.
BESOS

Marqués de Zas dijo...

Hay muchas personas, pero muchas, que si pueden abusar; (tienen la ocasión, acceso a una víctima débil, y la seguridad de que no les pillen) abusan. Dice pe-jota, que un bofetón hace milagros. Yo creo que lo que hace, es que el abusador aprenda a escoger con más cuidado a su próxima víctima. Sólo el valor de las víctimas para ponerlo en evidencia y una buena educación, para que la sociedad aprenda a respetar a los demás, se podrá solucionar este asunto... un poco.

Anónimo dijo...

Cada día escribes mejor, es un verdadero placer leerte; fresca, libre, desenfadada, como siempre... auténtica.
Feliz año 2011 y enhorabuena por ser como eres.

Pierrot dijo...

Madame X

Creo que tengo el inverso de este post...

Saludos desde la Olla reloaded

Anónimo dijo...

Tu energía y estilo, Madame está muy por encima de babosos, y desgraciadamente las chicas aún deben estar alerta ... me alegro de que salieras bien. A mí me pasó con otro baboso, homosexual en este caso, que me hizo salir corriendo de su casa también .. jaja. bueno, menudo miedo pasé entonces corriendo alrededor de la cama buscando la puerta .. en fín, que se respeta poco la libertad de cada una muchas veces.