Parole...

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Noche despejada y limpia. Fría.

Esta mañana he contemplado el último amanecer del año desde mi blanca atalaya de cemento y cal. Su inicio. Justo para ver aparecer la franja púrpura en la línea del horizonte. El aire gélido de la noche, aún perezosa en su abandono, me quebró la voluntad para asistir al ciclo completo.

Ya al calor de la estufa, entre mis papeles y este cacharro mágico de teclas y cristal, estaba pensando que, si tuviese unas pocas ínfulas de Pitonisa y algo más de cara dura, podría redactar una de esas predicciones tan propias para este día. Todo inspirado en el espectáculo atisbado desde la azotea. La cenefa roja al este, Venus y su impetuosa luz hacia el sur, como corresponde al lucero del alba, y la Luna menguante sobre la cabeza. Aquí y allá, estrellas amenazadas por la incipiente alborada. Un combinado perfecto para un oráculo de 31 de diciembre. O de 1 de enero.

Nuestra especie tiene un voraz deseo de controlar lo incontrolable. Hace del universo y sus conjunciones cíclicas una urdimbre donde entretejer mitologías, fábulas y agüeros y elevarlos a la categoría de certezas. El miedo a la insignificancia trae estas cosas. Alivia bastante creerse centro de la creación y destinatarios últimos de sus parabienes. Porque convertirse en polvo a secas jode.

Ay, una lástima no estar dotada para la profecía, con lo bien que me habría quedado en el blog. Hasta hubiera recibido la crédula aprobación de algún alma cándida. [Estoy por asegurarlo.] Mejor me centro en algo más propio del atrezzo “noir”.

Leyendo ayer la última entrada del blog de Terrorista del Amor, donde comentaba los particulares ritos de apareamiento que se producen durante los festejos de Noche Vieja y nos invitaba a comentar nuestras experiencias al respecto, inevitablemente tuve que hacer un repaso, en busca de algún episodio erótico de ese calibre, en el fondo de memoria. Lamentablemente no encontré nada en la línea que apuntaba él. O sea, eso de llegar, ligar y follar… a lo Julio César, pero sin sangre. Ni en Noche Vieja ni en ninguna otra fiesta. Rien de rien. Y no es que sea por que las copas me hubiesen anulado toda capacidad de interacción o esté emparentada con el Jorobado de Notre Dame (pobrecito). No, no es eso. La razón fundamental es que a las Fiestas de Noche Vieja siempre he acudido con acompañante. Circunstancia poco propicia para esos casos. Aunque, a veces, suceden cosas...

Después del obligado ceremonial de las uvas, acudimos a la fiesta que daba en su casa una pareja amiga nuestra. Bueno, a decir verdad, eran amigos de mi acompañante. Tenía yo entonces veinte y poquísimos años. Él, casi me doblaba la edad, como la mayoría de los asistentes. Pisábamos su territorio y yo era la forastera. Llegamos de los últimos y el alcohol nublaba las mentes de la mayor parte de la concurrencia. Las miradas de algunas damas me hicieron sentir como si mi juventud fuera una exuberancia pecaminosa. La de algunos caballeros, como si mi vestido fuera transparente. Y no lo era, os lo aseguro. La única licencia: los hombros desnudos. Bailamos un poco, pero enseguida mi acompañante fue requerido por sus amigas de toda la vida, que como arpías le interrogaban a cerca de mi procedencia y pedigree. A lo que se unieron algunos amigotes con sus bravuconadas soeces, cegados de champagne, whisky o lo que fuese que se hubieran trincado. Absortos en sus liturgias festeras de Año Nuevo, no se percataron de mi alejamiento. O eso creía yo. Aburrida como una ostra, me entretuve observando el decorado del espacioso salón. De un estilo Remordimiento, como lo hubiera definido un buen amigo mío, resultaba muy difícil de catalogar. Abundaban en las paredes óleos de naturalezas muertas, encastrados en pesados marcos barrocos de pan de oro, con esos foquitos alargados dirigidos a iluminar el centro del cuadro como si con ello se elevara la categoría del horrendo lienzo.

En un momento dado, tuve ganas de un refresco. No quería excederme más con el alcohol, llevaba en sangre una porción al límite de mi tolerancia. Faltaba hielo y, para no interrumpir a nadie, me puse a buscar la cocina. La encontré con bastante facilidad. La mayoría de las casas siguen un esquema lógico de distribución de estancias. Fantástico, había uno de esos frigoríficos con expendedor de hielo en la puerta. Venga a empujar el vaso contra la palanca, pero ahí no salía nada. Y en ese momento aparece el anfitrión preguntando si necesitaba ayuda. Me sobresalté un poco por lo inesperado de su presencia. Le expliqué que sólo quería hielo y que no atinaba con el artilugio ese. “Está estropeado”, me dijo, con una sonrisa de oreja a oreja. Me arrebató el vaso, abrió la puerta del congelador y lo llenó de hielos. Creí que me lo devolvería, pero no. Lo posó en la encimera contigua. Y entonces me acorraló contra el frigorífico, apoyando sus manos en el panel de la puerta. Atrapada en medio. Sus ojos turbios de lascivia y alcohol. Los labios húmedos. Recuerdo bien sus labios. Se movían despacio con la cadencia de proposiciones sucias. Estaban tan cerca de mí. Amenazantes. Prontos para asaltar mi boca. Al acecho de mi escote. No dejaban de pronunciar esas palabras. Palabras que me aturdían. Palabras que no estaba segura de entender. No. Palabras que no osaba entender. Sus dientes entrecortados contra el perfil cambiante de esa carne labial, rosada, mórbida, sajaban el aire que me precedía. Labios moldeados por verbos obscenos. Adjetivos perturbadores. Unas fauces oscilantes, a punto de devorarme. Hambrientas. Angustiosamente hambrientas. Interpretó mi parálisis equívocamente. Se abalanzó. Todas sus palabras restregadas sobre mis súplicas. Sus babas en mi boca. En mi cuello. El aliento pesado, a licor, empañando mi clavícula. Sus garras aferradas a mis hombros… Todas sus palabras enmudecidas contra mi agitación. Forcejeo y me libero. Le dejo incrustado en el frigorífico y huyo. Me salvo en el decadente ritmo de la fiesta. Nadie se percata de mi pelo revuelto. Nunca le conté a mi marido la historia de su querido amigo y el frigorífico.

En noches solitarias de lecho vacío, aquella boca vuelve a mi memoria con todas sus palabras.

¡Feliz Año!

16 comentarios:

Fernando dijo...

uhmmm...lo malo de esa boca es que se hubiera saciado hasta con un trozo de filete fresco....el deseo debe traer hambre atrasada pero a la vez culminar en un ámbito de dos o más (ja)...a veces la soledad trae hambrunas que sólo se sacian más que con recuerdos...andamos solos o en pareja con la mirada perdida en los ecos de la piel...estamos vivos!...feliz año nuevo..te dejo una caricia mi querida madame con su punto de amistad, deseo y cariño...condimentos buenos para esas horas.

enrique dijo...

magnífico post...
y feliz año 2008!!

Agurdión dijo...

A veces, nos quedamos estúpidamente paralizados ante lo que nos amenaza, o sencillamente nos provoca repugnancia. Parecemos el atropellado de las películas: el coche viene hacia nosotros sin visos de frenar, y nosotros nos quedamos pasmando...
Pero, en este caso, ¿no crees que habría allá en el fondo cierta voluntad de dejarse, de cometer una fechoría surrealista?

variopaint dijo...

Sobre palabras de X en año nuevo



Esta mañana
desde mi blanca atalaya,
de luces, cal y cemento,
he contemplado el inicio,
el último amanecer del año,
la estricta franja púrpura
del horizonte, el aire gélido,
perezoso, del amanecer,
que quiebra mi voluntad;
el ciclo
del calor de la estufa,
la palabra recogida, mágica,
entre mis teclas de cristal;
predicciones
de vieja pitonisa,
tan propias de semejante día;
mirándome en las cenefas rojas
que vuelan voraces
de la azotea, impetuosas,
buscando el sur ardiente;
al este, Venus, el lucero,
y la luna menguante,
aquí y allá,
amenazada desde siempre
por la alborada tenaz,
desesperada,
como palabra de oráculo.








Beso

M.

Veneris dijo...

Pues hubo de ser ciertamente patético... por parte de él, claro.
Aaaayyyy... olvidad el "loco amor" si el alcohol es vuestro aliado...

¿Y te encontrabas sola contemplando ese amanecer? ;·)

j dijo...

"Porque convertirse en polvo a secas jode".
Me había quedado enganchado a esa frase y con el resto de la historia le fui cogiendo el sentido.
Me alegro de que hayas descubierto que el "obligado ceremonial de las uvas" no es obligatorio. Y menos, con televisión por medio.

Madame X dijo...

Pues sí, Fernando... era una boca depredadora corriente. Un filet mignon y listo. No es éste un recuerdo que sacie soledades. Hay palabras cuya boca es lo de menos. Sobreviven por si mismas.

Feliz Año, Enrique.

Entonces no hubo voluntad de dejarse llevar, Agurdión. La memoria suaviza o pronuncia los recuerdos, para bien o para mal. La mía se quedó con las palabras para jugar con ellas. Olvidó la angustia.

Variopint, mi querido artista, tú sí que juegas con mis palabras para hacer hermosos malabarismos. C’est tres charmant, merci.

Que razón tienes, Veneris, el alcohol no es buen consejero para ir haciendo de Don Juan. Distorsiona las coordenadas. ¿El amanecer? Estuve muy bien acompañada en la distancia.

J, las próximas uvas me las tomaré a la sombra de tus sugerencias. Seguro que sabrán mucho mejor que con las dichosas campanadas. Con la nº 12 se me ocurre alguna que otra “fechoría surrealista”, que diría nuestro ingenioso Agurdión.

... X

Diego dijo...

Deseo, soledad, recuerdo...buen intento de empezar el año...buen relato...abrazos.

Zârck. dijo...

He de confesarte que después de uvas, cavas, gintonics y demás excesos alcohólicos y gastronómicos no tengo yo la noche del 31 como para hacer alardes sexuales.
Tampoco te creas que el resto del año los hago jajajajaja.
Saludos desde el Jardín.

Anónimo dijo...

Cuando la juventud alcanza sus altas cuotas de inocencia y belleza es precisamente cuando los cavernarios lobos esgrimen sus argucias despreciables para capturar vil y cobardemente a sus presas.
Me alegro que evadieras semejante mezquindad.
Te deseo todo lo mejor para este Nuevo Año!!
Besos

Madame X dijo...

Gracias, eres muy amable, Diego.

Zarck, querido, respecto a Noche Vieja te creo, pero mientes fatal con respecto al resto del año. No-me-lo-pue-do-creer.

Milagros, ma chérie, de lobo nada. Que si hubiera sido un lobo, la que se incrusta en el frigorífico soy yo. Voluntariamente. El lobo es un animal noble y valiente. Era un simple Atapuerca-macho-man. Yo también te deseo lo mejor.

… X

Don Gato dijo...

Curiosa forma de felicitar el año... Nunca he entendido la excusa del alcohol, ni por uno ni por otro género. Para mi simplemente es eso una excusa y una excusa triste.

El alcohol desinhibe suavizando ciertas barreras racionales, pero no es que un ente extraño te posea y por ello no tengas responsabilidad de tus actos. Si te lías con alguien estando borracho es porque sin que la Razón se interpusiera te apetecía. Si te pones violento, lo mismo.

El tio ese es un gilipollas. Seguramente ahora se arrepiente, pero si hubiera sucedido lo que él quería, no.

De todas formas la mala experiencia, al menos, ha servido para un articulazo... ¡Feliz año!

Gabriel dijo...

por palabras como las tuyas cada dia me fascinan más las mujeres
....y

rata perezosa dijo...

Comparto plenamente tu devoción por los lobos.
Se puede aprender tanto de los animales...

gatao dijo...

Un relato estupendo. Feliz año. ¿Cuantos han pasado desde entonces que guardas tan fresco ese recuerdo? No hace falta que lo publiques, pero es cierto que la intensidad del recuerdo es proporcional a la impresion de lo vivido y al tiempo transcurrido.

Madame X dijo...

Has dado en la clave, Don gato... era un gilipollas con y sin alcohol.

Gabriel, es que las mujeres somos la fuente del pecado... de ahí tu fascinación. Claro que por esa creencia, hemos ardido durante siglos en las hogueras.

Rata... un lobo no se comportaría nunca con la mezquindad de un hombre. Ni una rata tampoco, a pesar de su mala fama. :-)

Unos cuantos, Gatao, unos cuantos. Por cierto, ¿cuántos felinos sois? Miao.

Abrazos:

... X