La Pianista [Elfriede Jelinek]

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[Fragmento]

Erika K. corrige el Bach, hace enmiendas en torno a él. Su alumno deja caer la mirada fija sobre sus manos agarrotadas. La profesora mira a través de él, pero al otro lado no encuentra más que un muro en el que cuelga la mascarilla mortuoria de Schumann. Un instante fugaz siente el deseo de coger la cabeza del alumno por el cabello y lanzarlo con fuerza contra el interior del vientre del piano, hasta que las sangrientas entrañas repletas de cuerdas salpiquen con estruendo por encima de la cubierta. El Bösendorfer no dará ni un sólo sonido más. El deseo cruza veloz por la cabeza de la profesora y desaparece sin causar daño

El alumno promete que mejorará aunque le cueste mucho tiempo

Erika espera que así sea y pide el Beethoven. El alumno aspira impúdicamente a conseguir elogios, aun cuando no es tan vanidoso como el señor Klemmer, cuyas bisagras chirrían sin parar de tanto empeño

En los escaparates del cine Metro sigue intacta la carne rosada en todas sus formas, versiones y precios. Se muestra exuberante y se desborda porque Erika K. no puede hacer guardia. El precio de las butacas no es fijo, delante es más barato que atrás, aun cuando delante se está más cerca y quizá se vea mejor el interior del cuerpo

Una de las mujeres se introduce las larguísimas uñas pintadas de un color rojo sangriento, la otra, en cambio, se introduce un objeto agudo, es una fusta. Se hace una marca en la carne y demuestra al espectador quién es el amo y quién no; también el espectador se siente como un amo. Erika siente la penetración. La sitúa enfáticamente en su lugar de espectadora. El rostro de una de las mujeres se llega a desfigurar de placer; el hombre sólo puede ver en su expresión cuánto placer le provoca y cuánto placer se pierde. El rostro de otra mujer en la pantalla se desfigura por el dolor; acaba de ser golpeada, aunque sólo suavemente. La mujer no puede manifestar de forma material el placer que siente, de ahí que el hombre deba atenerse del todo a sus indicaciones específicas. Él registra el placer que se manifiesta en su rostro. La mujer se contrae para no ser un objetivo fácil. Tiene los ojos cerrados y la cabeza echada hacia atrás, sobre la nuca. Cuando no cierra los ojos, por momentos puede volcarlos hacia atrás. Mira al hombre sólo de vez en cuando; de ahí que los esfuerzos masculinos sean tanto más arduos, dado que no puede superar su rendimiento en función de la expresión del rostro y, de este modo, ir acumulando puntos. De tanto placer, la mujer no ve al hombre. Los árboles le impiden ver el bosque. Sólo mira al interior de sí misma. El hombre, este perito mecánico, trabaja en el coche averiado, en la maquinaria femenina. En general, en las películas pornográficas se trabaja mucho más que en las películas sobre el mundo laboral

Erika tiene experiencia en observar a personas que se esfuerzan con tesón en alcanzar algún objetivo. En este sentido, las grandes diferencias entre la música y el placer resultan más bien irrelevantes

La naturaleza no es algo que Erika busque con afán; jamás va de paseo al bosque, donde otros artistas se dedican a renovar casas de campo

Jamás hace excursiones a la montaña. Jamás se zambulle en un lago

Jamás se tiende en la playa. Jamás practica el esquí. El hombre acumula orgasmos con avidez hasta dejarse caer lleno de sudor en el mismo lugar de donde había partido. Por hoy ha elevado considerablemente el estado de su cuenta. Hace ya bastante tiempo que Erika vio esta película, dos veces, en un cine de los suburbios, donde nadie la conoce (salvo la mujer de la taquilla, quien la saluda como a una distinguida señora). No la vería más veces porque prefiere platos más fuertes en lo referente a la pornografía. Estos bellos ejemplares del género humano en el cine del centro de la ciudad actúan sin ningún tipo de dolor y sin la posibilidad de sentir dolor. Todo es plástico. En sí mismo el dolor no es más que una consecuencia del deseo de placer, de destrucción, de aniquilamiento y, en su forma más sublime, una forma de placer. Erika sobrepasaría gustosa el límite de una muerte violenta. En los suburbios follan con torpeza y es más probable que se hagan daño unos a otros, que haya todo un decorado teatral en torno al dolor. Estos lastimosos y maltrechos actores de pornografía de tercera categoría trabajan con mucho más empeño, además, agradecen más la posibilidad de participar en una verdadera película. Han sufrido daños, su piel presenta manchas, espinillas, cicatrices, arrugas, celulitis, rollos de grasa. El cabello mal teñido

Sudor. Pies sucios. En las películas con más pretensiones estéticas, en cines de más categoría, se ve casi únicamente la superficie del hombre y de la mujer. Ambos ejemplares están cubiertos de una piel sintética que garantiza la ausencia de suciedad, es resistente a los ácidos, a los golpes, a la temperatura. Además, en la pornografía barata la codicia con la que el hombre penetra en el cuerpo de la mujer es más evidente

La mujer no habla y, cuando lo hace, ¡más!, ¡más! Con ello se agota el diálogo, pero no el hombre, que se esmera, está ansioso, se concentra y tiene un orgasmo tras otro

Aquí, en la pornografía suave, todo se reduce a lo exterior. Esto no es suficiente para Erika, esta mujer de gustos refinados, porque ella quiere escudriñar hasta en sus raíces a estos individuos que se agarran uno al otro, qué hay detrás de todo esto, qué obnubila de tal forma los sentidos para que todos quieran hacerlo o al menos verlo. Un vistazo al interior del vientre no da más que una explicación insatisfactoria y deja muchas interrogantes. Es imposible abrirles el vientre a estas gentes para extraerles hasta el último detalle de sus entrañas. En las películas de mala muerte se ven más profundidades en lo que se refiere a la mujer. En cuanto al hombre, no es posible penetrar tan adentro. Pero nadie llega a verlo todo hasta en sus últimas consecuencias; incluso si se le abriera el vientre a la mujer, no se verían más que los intestinos y los órganos de su cuerpo. El hombre activo manifiesta incluso físicamente un crecimiento hacia fuera. Al final ofrece el resultado esperado, o no lo ofrece, pero, si lo hace, puede ser examinado públicamente y su autor se siente satisfecho del valioso producto de su cuerpo

El hombre debe tener la sensación de que la mujer le oculta algo decisivo en cuanto al desorden de sus órganos, piensa Erika

Precisamente lo que oculta, estos últimos resquicios, incita a Erika a buscar constantemente lo nuevo, lo más profundo, lo prohibido. Ella anda siempre detrás de una perspectiva nueva e insospechada. Su cuerpo jamás ha delatado sus misterios, ni siquiera en la posición con las piernas abiertas frente al espejo de afeitar, ¡ni a su propietaria! Del mismo modo, los cuerpos en la pantalla lo contienen todo: tanto para el hombre que quiere echar un vistazo a la oferta en el mercado de las mujeres, aquello que él aún no conoce, como también para Erika, la observadora hermética

Hoy el alumno de Erika es humillado y, de este modo, castigado

Erika cruza las piernas con desenfado y hace un comentario cargado de sarcasmo sobre la interpretación a medio guisar de Beethoven. Más no hace falta, el alumno está a punto de llorar

Esta vez ni siquiera le parece oportuno interpretar ella el pasaje a que se refiere. Por hoy no sacará nada más de su profesora de piano. Si no se da cuenta por sí mismo de sus errores, ella no le puede ayudar
.../...

de Elfriede Jelinek (Premio Nobel de Literatura 2004)

Traducción: Pablo Diener Ojeda
  • Fotografía: Man Ray

9 comentarios:

FASB dijo...

Qué maravila de texto. Y de blog.

Anónimo dijo...

Un texto lleno de sugerentes encuentros, juegos de celuloide y de ensueño... Deseos que sobresalen y se enredan más allá de la carne o la mente. Y esa eterna búsqueda del placer más allá del dolor.
En fin, un texto muy logrado.
Besos y ¡Felices Fiestas!

Anónimo dijo...

Pues me ha encantado también el texto que has escogido. Gran sensibilidad la tuya.

Te sigo.

Zârck. dijo...

Mira que me gusta gozar de lo prohibido.
Saludos desde el Jardín.

Anónimo dijo...

Cuando ví en el cine La Pianista, hace ya 6 o 7 años, me impactó. Recuerdo con nitidez algunas escenas que posiblemente no olvidaré en la vida.

Perito mecánico trabajando en coche averiado... mmm... nunca lo había visto así...

Hernando dijo...

Un texto delicado como el taladro de un dentista. No he leído el libro aunque espero que me lo traigan los Reyes Magos, pero he visto la película (y la tengo en DVD), creo que es una obra maestra, y su director, Michael Haneke, un fuera de serie. La recomiendo. Gracias Madame por escogerlo. Claro que para mí Erika siempre tendrá la cara y el cuerpo de Isabelle Huppert.
Un beso,
H

Madame X dijo...

Os recomiendo la novela, es magnífica.

¿Y qué decir de la película? No desmerece en nada a la novela. Isabelle Huppert, impresionante. Todos los actores lo están. Michael Haneke, el director, ha captado con una sensibilidad extraordinaria las entrañas de la novela. Más adelante, incluiré el film en la sección de cine.

... X

lukas dijo...

Haneke hizo una versión muy suya, impactante..., esa película es buenísima, pero la novela también está bien. En realidad las novelas de Jelinek no se pueden llevar al cine porque se basan en la escritura, una escritura retorcida llena de expresiones y frases hechas, y un gustó muy personal por el cinismo actual. Hay que leer todos sus libros, menos uno que salió después del Nobel, ya no recuerdo su nombre, incluía dos obras y me aburrieron mucho.

Veneris dijo...

Pues esperaré a ver si Melchor me trae esta novela, jejeje.

Chin chin